Hannah dejó los cubiertos a un lado, se limpió los labios con la servilleta y dio un sorbo a su vaso de agua.
—Muchas gracias por la cena —dijo finalmente.
La velada había transcurrido con cierta rigidez; cada uno perdido en sus propios pensamientos, limitándose a intercambiar apenas unas cuantas frases sueltas y sin importancia de vez en cuando.
—Te dije que te encantaría.
—Nunca dije que lo hacía —replicó enseguida. Era una mentira. Teo no solo sabía cocinar, sino que lo hacía bastante bien. Hannah, en cambio, apenas se las arreglaba con lo más básico.
Teo soltó una carcajada, profunda y masculina, que resonó en el comedor.
—Debemos pensar en nuestra historia de amor —sugirió ella, cambiando de tema, cuando él terminó de reír—. Si queremos que todo el mundo nos crea, necesitamos que sea convincente.
Él se recostó en la silla y se cruzó de brazos. No se había detenido demasiado en ese punto, pero tenía razón. La historia que contaran no era solo para el público, sino también para s