Hannah se despertó con el ruido insistente de su celular. Enterró la cabeza bajo la almohada, rogando que el aparato se callara de una maldita vez. Había dormido tarde repasando sus líneas y apenas le quedaba una semana antes de que sus “días libres” —si es que podían llamarse así— llegaran a su fin. Agradecía tener trabajo después de pasar casi un año en la estocada, sin saber si volvería a pisar un set de filmación, pero hubiese vendido su alma por dormir hasta tarde al menos un sábado.
Soltó un suspiro de alivio cuando el sonido cesó, aunque la paz duró apenas un instante.
—¿Es en serio? —gimió con la voz ronca cuando la vibración volvió a sacudir la mesa de noche—. Esto ya es tortura.
Apartó la almohada de un manotazo y se incorporó, tan solo le faltó dar algunas patadas como una niña pequeña a la que acababan de levantar para ir a la escuela. Con el cabello enmarañado y los ojos aún pesados, agarró el teléfono del velador. Al ver el identificador, apretó los labios antes de contestar.
—Más te vale que sea…
—¿Es cierto? —la interrumpió Avery, su asistente, sin siquiera saludar.
—Buenos días para ti también —replicó Hannah, con un bostezo que no alcanzó a disimular.
—Hannah, dime, por favor, por favor, que no es cierto.
Su cerebro, que apenas comenzaba a desperezarse, intentó descifrar de qué demonios hablaba Avery y por qué sonaba a que estaba perdiendo la cabeza. Pero lo único en lo que podía pensar era en volver a dormir; aunque, si la urgencia en la voz de su asistente era un indicio, la conversación iba a alargarse más de lo que quería.
—¡Hannah!
—Lo haré en cuanto me digas de qué diablos estás hablando. Así que, si puedes ir directo al meollo del asunto para terminar con esto y dejarme dormir en paz, sería fantástico.
—¿No has visto las noticias?
—Acabo de levantarme y sabes que no tengo por costumbre ver las noticias desde…
No terminó la frase, pero sabía que su asistente entendería a qué se refería: el maldito incidente con aquel productor que la había acusado de intentar seducirlo. Como si alguna vez hubiera estado lo bastante desesperada como para acostarse con ese viejo verde. Por supuesto, el mundo no tardó en señalarla como la mujer pecadora que había tentado a un hombre de familia de valores a traicionar a su esposa e hijos.
Las cartas de odio aún continuaban llegando; algunas eran un tanto creativas.
—¡Diablos! Te mando un link ahora mismo. Está literalmente en todas las revistas y en cada canal de televisión.
La notificación apareció en la pantalla. Hannah tragó saliva, sintiendo cómo un nudo incómodo se formaba en su estómago. Lo último que necesitaba un sábado por la mañana era un nuevo escándalo… pero algo le decía que justo eso iba a encontrar. Después de todo, ese parecía ser el resumen de su último año: siempre en el ojo del huracán.
Hannah alejó el celular de su oído, lo puso en altavoz y abrió el enlace para descubrir qué demonios había puesto a Avery en semejante estado.
El sueño desapareció de golpe al leer el titular:
“¡De la alfombra roja al altar! La reina de las polémicas y el galán italiano del momento… ahora son marido y mujer”.
Un nudo se le cerró en el estómago. Pasó por el artículo a toda velocidad, devorando palabras que parecían gritarle en la cara. Según la nota, se había casado un par de semanas atrás con Teo Benedetti en una ceremonia privada en Las Vegas. Al final, incluso habían publicado una foto de un supuesto certificado de matrimonio firmado allí, como una broma de mal gusto.
Era cierto que había estado en Las Vegas y que se había cruzado con Teo, pero nada más lo era.
¿Ella, casada con él? Sacudió la cabeza, incrédula ante lo absurdo de la idea.
—Cualquiera pensaría que los medios ya estarían cansados de inventar estupideces sobre mí —bufó—, pero al parecer nunca es suficiente. Incluso se tomaron el tiempo de falsificar un acta de matrimonio. No puedo creerlo.
—¿Así que no es cierto? —Avery sonaba bastante esperanzada.
—¡Por supuesto que no! Él y yo apenas podemos soportarnos en la misma habitación; mucho menos podríamos resistir el tiempo suficiente como para presentarnos ante un juez. Además, jamás me casaría con alguien tan arrogante y mujeriego como Teo Benede…
Se detuvo en seco. Un destello fugaz atravesó su memoria: ella y Teo, tomados de la mano, riendo como dos adolescentes ebrios.
—No creo que te atrevas —había dicho él, con esa sonrisa desafiante.
—¿Es ese un reto? —había replicado ella, avanzando hacia una puerta iluminada… Una capilla.
El recuerdo la golpeó como un relámpago.
—¡Maldición! ¡Maldición!
No. Eso no podía estarle sucediendo.
Las palabras que había pronunciado instantes antes sobre que nunca se casaría con él ahora se burlaban de ella, retándola a repetirlas con la misma seguridad, mientras el mismo recuerdo se repetía en su mente como un vídeo de mala calidad.
—¿Hannah? —la voz de Avery la arrancó del torbellino de imágenes—. ¿Estás bien?
—Bueno… no tengo un anillo.
—¿Y eso qué diablos significa? —la voz de Avery subió un par de tonos.
—Que la noche que pasé en Las Vegas estaba hecha polvo, deprimida, sin saber si conseguiría el papel. Salí a distraerme, tomé unas copas… y me topé con él. Intenté largarme, lo juro, pero ya sabes cómo es: cada vez que coincidimos empezamos a discutir. Bueno, eso hicimos.
Se interrumpió con una mueca.
—Y después… terminó en una ridícula competencia de quién aguantaba más alcohol. Estoy casi segura de que gané.
—¡Hannah, te estás yendo por las ramas! —la cortó Avery con desesperación—. ¿Te casaste o no te casaste con él?
El silencio se estiró unos segundos. Hannah se pasó una mano por el rostro, como si con ese gesto pudiera ordenar el caos en su cabeza. Nada. Solo destellos. Ninguno mostraba el momento en que aceptaba unir su vida a la de Teo, pero eso no significaba que no hubiera ocurrido.
Finalmente, soltó un suspiro resignado.
—No lo sé.