Hannah observó fijamente a la presentadora. Emma Porter. Sonreía mientras conversaba con otro invitado, tan radiante y encantadora. Pero Hannah sabía la verdad: detrás de esa dulzura se escondía una víbora sin escrúpulos capaz de lo necesario por entretener al público.
Había sido una de las tantas personas que la habían humillado cuando su escándalo estalló, disfrazando su crueldad de insinuaciones sutiles y bromas ligeras, de esas que parecen inofensivas y que arrancan risas fáciles a la audiencia.
Después de aquella entrevista, en la soledad de su habitación, había llorado hasta que no le quedaron más lágrimas.
Si hubiera podido elegir, no estaría allí, lista para enfrentarse a esa sonrisa venenosa otra vez.
—Estás demasiado tensa —murmuró Teo a su lado—. Nadie va a creer que me amas si sigues con esa expresión en la cara.
Hannah se giró hacia él. Obligó a sus labios a curvarse en la sonrisa perfecta, la que usaba cuando actuaba.
—¿Qué piensas ahora? ¿Mucho mejor? —preguntó en v