Vamos de camino a la casa de Lucía a paso de tortuga porque el doctor dice que no puede ser imprudente con la salud de mi hijo. El doctor Malory se ha portado como todo un caballero en este tiempo que mi Nicco ha estado internado y le agradezco su amabilidad para con mi hijo. Mientras yo voy pensando en todo lo que ha sucedido veo por el retrovisor como Nicco le hace gracias al doctor y este se ríe de sus travesuras. Debo decir que su interacción me ha sorprendido, es que hasta los modismos le está copiando mi hijo. Se ven tan tiernos.
«Cómo me hubiera gustado que hubieras sido tú, mi Romeo, el que recibieras esas sonrisas y esos gestos»
— Hemos llegado… — me dice el doctor Malory, deteniendo la marcha del vehículo y me quedo sentada, sin siquiera moverme, pensando en lo que nos espera ahí dentro…
— Gracias.
— Tranquila, ahora bajaré la silla de ruedas y los implementos para instalar a Nicco. Tú, quédate tranquila.
El doctor se baja de la camioneta y hace lo que me había dicho, con tanta tranquilidad y dominio del asunto que hasta me sorprende.
¿Será que lo había hecho antes?
Saqué ese pensamiento de mi cabecita y bajé del auto pidiéndole permiso a un pie para mover el otro. Llegamos a la puerta y es él que toma la iniciativa de tocar el timbre.
— Mis niños, que bueno que estén aquí — nos dice una Lucia con ojeras y los ojos inyectados en sangre de tanto llora. Me acerco a ella y la abrazo tratando de darle fortaleza.
— No podíamos no estar aquí.
— Pasen, pasen, por favor. Qué cabeza la mía — nos dice y se coloca de lado para que el doctor Malory entre con la silla de ruedas— es guapo tu amigo.
— Oh, no, no, no es mi amigo. Es el doctor de Nicco — digo acelerada y la cara de ambos se cierne sobre mí colocándome roja de la vergüenza.
— Mucho gusto, Lucia. Creo que no me recuerda. Soy Nathan Malory, el amigo de Val y Ethan.
— Oh… el doctor del corazón — dice Lucía y yo no entiendo lo que dice, pero él la para y asiente.
— El mismo que viste y calza.
— ¿Puedo verlo? — pregunto un poco preocupada y Lucía me mira con tristeza.
— Por favor, aunque ahora está sedado, pues su última crisis lo dejó muy mal, pero sé que al escucharte se sentirá mejor.
— Ya veo. Entraré yo primero si les parece chicos.
— Ve tranquila, nosotros esperamos para que Nicco pueda verlo.
Enfilo mis pasos hacia su habitación y veo por sobre mi hombro como Lucía los hace pasar a la salita y les ofrece algo de tomar. Abro la puerta y ahí lo encuentro, con una mascarilla de oxígeno y un monitor que verifica sus signos vitales. La enfermera que lo cuida me mira con tristeza y me hace el ademán de que saldrá a lo que yo asiento.
Está tan pálido y delgadito que los ojos se me aguan en un dos por tres, siento que el aire me falta, pero me hago la valiente y me acerco a su cama.
— Mio Caro Vecchietto (mí querido Viejito) ¿Por qué el destino tenía que hacerte padecer tanto?
Mi viejito abre a penas los ojos y esboza una sonrisa.
— Mía Piccola (mí pequeña) te habías tardado en venir a verme.
— Lo siento mi viejito, estuve trabajando mucho para no dejarte en vergüenza — digo, acercando la silla para sentarme junto a él.
— ¿Y mi Nicco?
— Está afuera, ya lo haré pasar, pero primero quería estar un ratito contigo.
— Eso es bueno — suspiró — ya estoy cansado mi niña, creo que las fuerzas ya no me dan para seguir aquí.
— Lo sé, pero es muy difícil dejarte ir — digo entre sollozos — No quiero.
— No seas tonta, yo siempre estaré para ti. Le prometí a Doménico que los cuidaría y aunque sea desde el cielo seguiré cumpliendo mi promesa…
Está tan pálido y delgadito que los ojos se me aguan en un dos por tres, siento que el aire me falta, pero me hago la valiente y me acerco a su cama.
—Mio Caro Vecchietto (mí querido Viejito) ¿Por qué el destino tenía que hacerte padecer tanto?
Mi viejito abre a penas los ojos y esboza una sonrisa.
—Mía Piccola (mí pequeña) te habías tardado en venir a verme.
—Lo siento mi viejito, estuve trabajando mucho para no dejarte en vergüenza — digo, acercando la silla para sentarme junto a él.
—¿Y mi Nicco?
—Está afuera, ya lo haré pasar, pero primero quería estar un ratito contigo.
—Eso es bueno— suspiró — ya estoy cansado mi niña, creo que las fuerzas ya no me dan para seguir aquí.
—Lo sé, pero es muy difícil dejarte ir— digo entre sollozos— No quiero.