No sabía si Luca lo hacía a propósito, pero desde el atentado se mostraba más cercano, más pendiente de mí… demasiado. Sus ojos me seguían incluso en los momentos más banales, como si quisiera descifrar cada uno de mis pensamientos. Esa noche, después de cenar, lo encontré en el estudio, revisando papeles con un vaso de whisky a medio terminar. El ambiente estaba cargado de silencio y de esa tensión invisible que solo él sabía provocar.
—Aria… —me llamó sin levantar la vista al principio, pero cuando lo hizo, noté un brillo extraño en sus ojos, como si hubiera tomado una decisión—. Hay algo que necesitas saber.
Me quedé quieta, el corazón acelerado. Esa frase de su boca podía significar cualquier cosa.
—¿Qué cosa? —pregunté con cautela, sentándome frente a él.
Dejó el vaso a un lado, apoyó los codos en el escritorio y entrelazó las manos, estudiándome con la paciencia de un depredador.
—Crees que te perdí después de aquella noche, ¿verdad? —su voz era grave, lenta, cargada de un