Desde aquella noche en que casi me dejé arrastrar por sus manos, mis sueños comenzaron a traicionarme. Cerraba los ojos buscando descanso y, en su lugar, lo encontraba a él. A veces lo veía sobre mí, con esa mirada cargada de dominio que me hacía perder el aire. Otras, sentía sus labios quemando mi piel, susurrándome cosas que jamás me había dicho despierto. Y yo… yo no lo rechazaba en esos sueños. Al contrario, lo buscaba, lo deseaba con un hambre que me hacía despertar jadeando, con el corazón desbocado y las manos temblorosas como si en realidad lo hubiera tocado.
Durante el día, intentaba aferrarme a la cordura. Me repetía que no debía confundirme, que todo esto era un contrato, un acuerdo frío que él mismo había recordado mil veces. Pero era imposible ignorar la tensión que vibraba en cada roce, en cada cruce de miradas. Luca no ayudaba: parecía disfrutar de mi incomodidad, de mi lucha interna. Se acercaba más de lo necesario, me atrapaba con frases ambiguas, me miraba con esa in