Regresé de la clínica con un nudo en la garganta que me oprimía hasta el estómago. La revelación de Francesca me había dejado aturdida, como si hubieran abierto una compuerta invisible en mi vida. Pastillas anticonceptivas. Interferencia. Intentos que jamás fallaron por mi cuerpo, sino por alguien más. Era demasiado, y lo peor era que no podía decir nada. No podía llegar ante Luca con esa verdad a medio formar, porque si él estaba implicado me hundiría en su juego. Y si no lo estaba, si de verdad él era tan ajeno como yo a esa manipulación, podría volverme contra mí con más fuerza.
Me repetí mil veces, en el camino de vuelta, que lo más sabio era callar. Callar y observar. Jugar el mismo juego al que él me había arrastrado desde que irrumpió de nuevo en mi vida.
Cuando entré a la mansión, lo encontré esperándome en el vestíbulo. Luca tenía esa postura imponente, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en mí como si supiera cada paso que había dado. El guardia que me había