Silas salió del baño envuelto en una nube de vapor y el aroma limpio de jabón de sándalo. Llevaba pantalones de dormir y el torso desnudo, el vendaje blanco en su brazo una marca pura contra su piel dorada. La visión me golpeó con una fuerza casi física, pero me aferré a mi orgullo, manteniendo la compostura.
—Te mostraré tu habitación —dijo, su voz serena, como si no fuera una locura que yo pasara la noche allí.
Me guió de vuelta a la habitación donde me había preparado para la gala días anteriores. Era tan impoluta y impersonal como la primera vez. Abrí el armario ropero. Vacío. No había un albornoz, ni una simple camiseta.
—No hay ropa —anuncié, regresando al umbral de su dormitorio.
Él asintió, como si lo esperara, y fue a su armario. Sacó una camisa de dormir de seda color marfil, larga y holgada, y un pantalón de pijama de lino.
—Esto debería servir —dijo, tendiéndomelos.
Los tomé. La seda era fría y suave bajo mis dedos. Olía a él, a esa mezcla de bergamota y algo esencialment