La lluvia seguía cayendo, persistente, monótona, como un reloj que no quería detenerse. Afuera, los relámpagos desgarraban la oscuridad con su luz blanca y efímera, y el trueno que seguía después retumbaba en las paredes de la mansión como un lamento lejano. Adentro, el fuego de la chimenea de la habitación apenas lograba vencer el frío que se filtraba en el aire.
Luca seguía de pie junto a la ventana, con la camisa desabotonada hasta el pecho, la mirada fija en el cielo gris. El reflejo de los relámpagos dibujaba líneas de luz sobre su rostro, resaltando la tensión que nunca abandonaba sus facciones. Parecía perdido en pensamientos que no quería compartir, en recuerdos que se negaban a despertar.
Yo estaba sentada al borde de la cama, con una manta sobre los hombros, escuchando el ritmo de la lluvia contra los vidrios. A veces, cuando el trueno era más fuerte, me sobresaltaba un poco, lo suficiente para que él lo notara.
Luca giró lentamente, con esa calma engañosa que precede a lo i