Los pasillos del hospital se han convertido en mi cárcel. Todo lo que soy y todo lo que tengo gira alrededor de una habitación helada, iluminada por máquinas que laten en su lugar. El sonido del monitor cardíaco es lo único que me da calma, un pitido constante que me asegura que Luca sigue aquí… aunque su mente esté lejos, atrapada en un silencio que me mata poco a poco.
Han pasado días. Días que se sienten como años. Mi cuerpo está agotado, pero no me muevo de su lado. Me niego. Duermo en esa silla dura junto a su cama, con la mano entrelazada con la suya, como si pudiera guiarlo de regreso solo con mi tacto. Hablo con él. Le cuento todo, incluso mis miedos más oscuros. Suspiro, río entre lágrimas, le reclamo por su terquedad de dejarme sola en esto. Y cada noche, cuando la ciudad duerme, me hundo en ese silencio insoportable que me devora desde dentro.
Los niños preguntan por él todos los días cuando voy a la casa ver cómo están ellos. Valentina llora en mis brazos, suplicando que p