El sonido fue como un trueno partiéndome el alma. Un camión salió de la nada, a toda velocidad, directo hacia el auto en el que venía Luca. No tuve tiempo de gritar, no tuve tiempo de correr… solo escuché el estruendo del metal retorciéndose, los vidrios estallando en mil fragmentos brillantes como cuchillas bajo el sol, y luego el silencio roto por mi propio alarido.
—¡LUCA!
El mundo se volvió humo, olor a gasolina y polvo en el aire. Mis piernas reaccionaron antes que mi mente, corrí como si pudiera detener el tiempo, tropezando con los escalones de la entrada de la mansión. El coche había quedado incrustado contra la verja lateral, una escena que parecía arrancada de una pesadilla. La puerta del copiloto estaba destrozada, la carrocería hundida, y entre el humo vi su silueta. Luca. Inmóvil.
—¡Déjenme pasar! —grité cuando dos de los hombres intentaron detenerme. Los empujé con una fuerza que no sabía que tenía.
La puerta no se abría. Tiraba, golpeaba, mis manos se llenaban de cortes