La mentira salió de mis labios con la naturalidad de alguien que ya no podía distinguir entre la verdad y la estrategia.
—Hoy intentaron agredirme en el hospital —le dije a Greco, fingiendo un temblor en la voz mientras apretaba el teléfono contra mi oído—. Eran viejos enemigos de Luca… ya saben que está preso. Y como él está furioso conmigo por lo que hice, ninguno de sus hombres me protege.
Sabía exactamente lo que estaba haciendo: ofrecerle la debilidad que él quería ver. Mostrarle un vacío para que se sintiera necesario, para que creyera que tenía la oportunidad de “rescatarme”.
—Eso es grave, Aria —respondió, con esa calma de serpiente que siempre me erizaba la piel—. No deberías estar sola en un momento así.
Me mordí el labio. La siguiente parte era crucial.
—Esto es culpa tuya, ¿lo sabías? —le acusé, con rabia calculada—. Si no fuera por ti, jamás habría tenido que tomar esa decisión con mi esposo.
El silencio al otro lado fue corto, pero denso. Pude casi verlo sonreír.