Michael caminaba de un lado a otro de su oficina, los nervios apretándole el estómago como un puño invisible. El informe seguía sin aparecer, y la hora de la reunión se acercaba como una sentencia ineludible. Marcó en su celular el número de su hermano, pero a último momento se detuvo. Nicolás debía de estar ocupado con sus hijos… y Michael no quería interrumpir ese momento tan valioso. Sus sobrinos eran adorables, y su hermano tenía poco tiempo para disfrutarlos.
Suspirando, escribió un mensaje a Cecilia, su aliada de confianza.
“Necesito hablar contigo. Urgente. Ven a mi oficina.”
No habían pasado ni diez minutos cuando Cecilia empujó la puerta de cristal con decisión. Llevaba una carpeta bajo el brazo y el rostro tenso.
—¿Qué ocurre, Michael? ¿Por qué esa cara?
—Desapareció —respondió él de inmediato—. El documento que me dejó mi hermano. Nadie lo ha visto desde esta mañana. Y lo necesito en menos de una hora.
Cecilia frunció el ceño y se dejó caer en la silla frente al escritorio.