El atardecer teñía de tonos dorados las calles de la ciudad, pero en la cafetería discreta donde Julio y su amiga Raquel se reunían, el ambiente era oscuro, cargado de rencor y planes encubiertos.
Raquel tamborileó los dedos sobre la mesa mientras miraba fijamente a Julio, tratando de descifrar su expresión.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó finalmente, entornando los ojos—. Ya te demostró que la prefiere a ella. A Hellen. No a ti.
Julio sonrió, pero no fue una sonrisa de tristeza ni de resignación. Era una sonrisa fría, cargada de algo más.
—No te preocupes —dijo en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlos—. Lo tengo todo controlado. Le hare pagar su traición.
Raquel frunció el ceño. No entendía nada. Julio sacó un sobre grueso de su chaqueta y lo deslizó lentamente hacia ella. Raquel, curiosa, lo abrió con manos temblorosas.
Dentro había un expediente.
Y en el primer folio, una fotografía.
Raquel alzó una ceja, impresionada. La imagen mostraba a una joven de belleza de