Los días siguientes fueron difíciles. Rose les concedió un mes de renta para que pudieran recuperar los muebles, y su percepción de Kael cambió por completo. Ya no insistía tanto a Lyra con Román, ni volvió a invitarlo a casa.
—Gracias, Rose, por tu ayuda. No debiste molestarte —Lyra le tomó las manos, agradecida.
—Lo hago con cariño —respondió con calidez—. Además, mira nada más a ese hombre.
Rose señaló a Kael, que estaba arremangando con cuidado las sudaderas de los niños para que pudieran lavarse las manos sin mojarse.
—¡Listo! Ya no habrá problema —dijo Kael, despeinando con ternura a los pequeños y esbozando una sonrisa.
Rose suspiró al verlo.
—Se ha convertido en un hombre excelente para ti, Lyra. Míralo... A pesar de estar ciego, es trabajador, dedicado. Ahora sí es digno de estar contigo —murmuró en voz baja, sin saber que Kael podía oírla claramente.
—Te escucho, Rose —intervino Kael, con tono seco—. Y claro que soy digno. Pero Lyra no lo es de mí. Ella es lo mínimo que mere