Un largo año había transcurrido desde la última vez que Kael habló con Lyra. Aquella llamada, aunque le dio un atisbo de paz al saber que ella seguía con vida, también terminó de sepultar su alma. Desde entonces, Kael se convirtió en un Alfa distante, enfocado únicamente en delegar con precisión cada responsabilidad de su manada. No volvió a mostrarse abiertamente ante su gente, y evitaba cualquier situación que lo expusiera emocionalmente.
Su beta conocía la verdad, pero por temor a verlo nuevamente sumido en la oscuridad, eligió guardar silencio. Fue solo cuando Ferrer le comunicó que Lyra había despertado, que Arkan sintió que no podía seguir callando.
—Kael, no puedes seguir encerrado entre estas cuatro paredes. Te estás destruyendo. Necesitas una Luna, y también retomar el control de tus negocios — Arkan intentó persuadirlo.
Kael dejó el bolígrafo sobre la mesa con fuerza, y se levantó de golpe, molesto.
—¿Todos los días lo mismo, beta? ¿De verdad? ¿Vas a seguir diciéndome qué d