Eu nunca imaginei que a vida pudesse me empurrar tão fundo. Trabalhei noites inteiras em uma boate, dançando para desconhecidos, tentando juntar cada centavo para pagar o tratamento do câncer da minha mãe. Mas o dinheiro nunca era suficiente. A cada exame, a cada medicamento, eu via o desespero crescer e a esperança se esvair. Foi então que uma colega me falou sobre uma agência de acompanhantes de luxo. Disse que eu tinha beleza, corpo e idade para ganhar muito mais. Eu hesitei, mas o desespero fala alto quando quem você ama está morrendo. No dia da entrevista, me pediram para tirar a roupa, fiquei toda aberta, exposta. Fiquei ali, completamente despida, sentindo vergonha, medo e raiva misturados. A câmera registrava cada detalhe do meu corpo e, junto com as fotos, parecia levar embora o pouco de dignidade que me restava. Quando confessei que era virgem, o olhar da mulher mudou. Ela disse que eu poderia ganhar uma fortuna se vendesse a minha primeira vez. Achei uma loucura, mas a loucura maior seria perder minha mãe, então aceitei. O que eu não esperava era que o comprador fosse um sheik árabe, misterioso, poderoso, e disposto a pagar qualquer preço por mim. Agora, com a passagem para Dubai nas mãos, eu não sei se estou a caminho de salvar uma vida... ou de perder a minha.
Ler maisMi cuerpo temblaba. No sabía si era por la emoción, el agotamiento o la posibilidad de estar alucinando por culpa del café de la oficina, que sinceramente, podría haber contenido componentes ilegales de lo fuerte que era.
No. No. ¡No! Me estrujé los ojos con fuerza, como si eso me ayudara a ver mejor, mientras sostenía ese pequeño pedazo de papel, insignificante para muchos. —¡Ganadora! ¡Gané! ¡Gané la maldita lotería! Lo repetía en voz alta como una loca, con el boleto en la mano, los ojos desorbitados y el corazón haciendo un rave dentro de mi pecho. Me tiré de rodillas en medio del pasillo del décimo piso, con las carpetas del señor Brian Spencer regadas por todas partes como si fueran confeti del apocalipsis. No podía procesarlo todo. Había comprado ese boleto días atrás simplemente porque me sobró un dólar. No escogí ningún número, fue la máquina. Lo dejé en mi escritorio, debajo de una carpeta, por puro aburrimiento. ¿Por qué lo revisé? Porque en las noticias no dejaban de hablar del afortunado ganador de mil millones de dólares que aún no reclamaba el premio. Mi corazón latía como un tambor. Estaba llorando, riendo y sollozando. Todo al mismo tiempo. Como si la vida, por una vez, hubiera decidido darme un abrazo después de años de usarme como una bolsa de boxeo. ¿Por qué me sentía así? Muy fácil. Trabajar con Brian era como firmar un pacto con el diablo vestido de traje. Él era el CEO de una de las compañías de telefonía más importantes, y también manejaba una firma financiera aclamada mundialmente. Tenía poder. Era atractivo. Y, lo peor de todo: un cretino. Me hacía trabajar como una esclava. Se suponía que mi horario laboral comenzaba a las ocho de la mañana. ¿Pero era así? ¡Claro que no! A las cuatro ya me estaba llamando con nuevos pendientes. Incluso los fines de semana. No tenía vida. ¿Por qué lo soportaba? Por mi familia. Era el único sostén económico. Mi madre, sobreviviente de cáncer, tenía una deuda de ochocientos mil dólares. Pero estaba viva. Mi hermano menor, Theodoro, estudiaba en la universidad, y su matrícula costaba setenta mil dólares al año. ¿Mi padre? Muy bien, gracias. Siguiente pregunta. Eso era lo que decía para no admitir que nos abandonó cuando mi madre cayó enferma. Tuve que encerrarme en un trabajo que nadie quería, por el pago. ¿Cuánto ganaba? Quince mil dólares mensuales. Eso era lo que valía mi salud mental. Sin poder aguantar más, llamé a la única amiga que tenía en el edificio. Sí, además de la cafetera, solo tenía una amiga. Ella trabajaba en el área de publicidad. —¡Caitlyn! ¡Gané! ¡Gané el acumulado! —¡¿Qué?! —gritó al teléfono, con una voz tan aguda que probablemente dejó sordos a todos en el edificio—. ¿Estás segura? ¡No me jodas, Laurent! —¡Te juro que sí! Lo comprobé diez veces y volví a llorar otras cinco. ¡Soy la ganadora del premio más grande del país! —¡Oh, por Dios! ¡Renuncia ya! ¡Mándalo al demonio con un pastel como en la película "Historias cruzadas"! Usa ese ingrediente especial porque se lo merece. ¡Laurent, prepárate! ¡Esta noche vamos a beber! El mejor consejo que alguien me había dado en años. Me levanté como si acabara de resucitar. Respiré hondo. Recogí los papeles de Spencer como una mártir aceptando su destino final. Con las piernas temblorosas y una risa contenida, me dirigí hacia mi escritorio. El reloj marcaba las ocho y cuarenta y siete de la noche. Ese día me había dejado encargada de terminar unos documentos. Como siempre, me dejó encerrada más allá de la hora de salida, que era a las cinco. Dejé los papeles en su oficina mientras mi cerebro intentaba procesar qué hacer primero: ¿Llamar a un abogado? ¿Cambiarme el nombre? ¿Adoptar una nueva identidad en el Caribe? ¿Comprarme diez gatos y escribir mi renuncia en sus patas? ¿Llevar a mi familia de viaje por el mundo? Sin decidirme, salí corriendo hacia la calle y tomé un taxi después de dejarle un regalo en su café para el lunes. Esa mañana lloraba porque no tenía ni para un café. ¿Ahora? ¡Era rica! Al llegar a casa, mi madre dormía como siempre, pero yo no podía. Tomé una ducha rápida, más por rutina que por higiene. Mientras me secaba el cabello como si estuviera apagando un incendio, pensé en todos los métodos posibles para renunciar: Mandar un correo con solo dos palabras: “Me fui.” Llegar el lunes vestida con un disfraz de dinosaurio inflable y dejar una carta en su café. Fingir mi muerte. Pero no. Yo quería que lo supiera. Que lo sintiera. Que esa ceja perfecta le temblara. Que apretara la mandíbula. Que hiciera esa exhalación molesta cuando algo se le sale de control. Así que me senté, abrí mi laptop personal y escribí: Para: Brian Spencer Asunto: Mi renuncia (No lo ignore porque esto es enserio) Señor Spencer, Este mensaje no contiene informes, documentos ni agendas reprogramadas para complacer sus impulsos de grandeza. Contiene solo una frase: Renuncio. He trabajado como una máquina durante tres años. He bajado diez pisos con el elevador dañado más veces de las que puedo contar. He tolerado sus comentarios pasivo-agresivos, sus cafés negros como su alma y su insomnio infernal que arrastra a todos con usted al abismo. Pero hoy… hoy me tocó la fortuna. Y usted, señor Spencer, puede meterse esos reportes donde no brilla el sol. Con sinceridad (y muchísima felicidad),Laurent Torres La exsecretaria que sobrevivió. PD: Disfrute el café del lunes. Contiene un ingrediente especial que muy seguramente lo mandará al baño. Presioné “Enviar”. Y me reí. Me reí tan fuerte que tuve que taparme la boca con la toalla para no activar la alarma de histeria colectiva en el edificio. Mi teléfono vibró con el número de mi exjefe, pero lo ignoré. Ese día no solo estaba libre de él, sino también de sus “órdenes” como jefe. Él era del tipo de hombre que quieres lejos. Ese día no solo me obligó a trabajar seis horas después de cerrar porque, según él, era una “buena empleada”, sino que despidió a un tipo de recepción solo porque me habló. ¿Por qué? Según él, me distraía de mis deberes. No solo eso: me obligó a caminar por una hora solo para conseguir una cartera de edición limitada… y después de que la conseguí, simplemente dijo: “Ya no la quiero, regresa a tus obligaciones”. ¿La cerecita del pastel?Esa noche fue un caos. Bebí tanto que no podía ni sostenerme. ¿Vomite a alguien? Sí, en los zapatos de Caitlyn, cuando íbamos en el taxi. Llegué a casa a las cuatro de la mañana. Y a pesar de que estaba sumamente cansada… en mi mente llegó el momento en que nos conocimos.
Sus ojos esmeralda me observaban con detenimiento mientras lloraba. En esa banca donde todos me ignoraban, menos él, susurrándome suavemente: “Yo te cuidaré”. En ese momento, él no parecía lo que era actualmente, sino más humano… y, aunque no quisiera admitirlo, en ese momento me gustó, mucho; pensé que era mi salvador al darme un trabajo de ensueño… pero, en realidad, era una trampa infernal para volverme su esclava. Por primera vez en años, dormí profundamente. Sin despertarme por mensajes de trabajo. Sin alarmas infernales. Un claxon me despertó. Me levanté sintiendo la boca seca como cartón. Con dificultad, me arrastré al baño para cepillarme y ducharme. Tenía hambre, pero el dolor de cabeza era peor. Bajé con esfuerzo a la cocina… y me congelé. Brian Spencer estaba sentado en la mesa, con una taza de café en la mano. Al verme, alzó una ceja, sin apartar la vista de mí. —Señorita Torres, veo que se ha divertido anoche. ¿Ahora sí querrá hablar?Fiquei um tempo parada em frente ao espelho, tentando reconhecer a mulher que havia me tornado. A depilação recém-feita me deixava com a buceta rosada. Era como se meu próprio reflexo tivesse virado um segredo exposto demais. Nunca me preocupei com isso. Quando depilava, deixava sempre um pouco de pelos, porque achava mais natural, mais confortável. Agora, estava completamente lisa, crua. Um campo aberto, sem defesa.Me aproximei, olhando a pele delicada. Aquilo me chocou mais do que qualquer luxo no hotel.“Ele gosta assim.” Essa frase martelava na minha mente como um eco cruel.Me enrolei no roupão, como se tentasse esconder de mim mesma o que já estava à mostra. Sentei na cama e, ainda com os olhos fixos no chão, peguei o tablet deixado sobre a bandeja. Solicitei o jantar e, pelo menos nisso, tive uma pequena alegria.Vieram frutas frescas, salmão grelhado com ervas, purê trufado e uma taça de suco com limão e hortelã, tudo delicadamente montado. Como se cada detalhe gritasse: Voc
Nunca vi um lugar como aquele na minha vida.Assim que o carro virou à esquerda e entrou pelo portão imenso de ferro com arabescos dourados, tive a certeza de que estava prestes a ser engolida por outro planeta. O hotel parecia um palácio esculpido na areia do deserto, torres de mármore branco, janelas altas com vitrais azuis, colunas de ouro esculpido e fontes por todos os lados, jorrando água cristalina no meio de um calor quase sagrado.O nome do hotel estava em letras douradas que reluziam com o sol escaldante: Al Qamar Palace.Era isso. Um palácio.Nadia desceu primeiro, como se tivesse ensaiado cada movimento. Ela falou com o porteiro em árabe, depois abriu a porta para mim. O calor do lado de fora quase me fez recuar, mas eu respirei fundo e saí. Meus saltos afundaram levemente no tapete vermelho estendido até a porta giratória de cristal.Entrar ali foi como entrar num filme.O saguão tinha teto abobadado com lustres imensos de cristais, o chão reluzia em mármore polido, e os
O relógio marcava 6h23 da manhã quando o carro preto encostou na frente do meu prédio. A mala já estava na porta, os documentos na bolsa, e o coração, esse estava tentando sair pela boca.A assistente da diretora me esperava no banco de trás, como havia sido avisado. Era uma mulher discreta, cabelo preso num coque e unhas perfeitas. Ela abriu a porta com um leve aceno de cabeça, sem nenhum sorriso.— Pronta? Perguntou sem emoção.— Na medida do possível.Assim que o carro começou a andar, ela abriu uma pequena pasta e começou a revisar comigo todos os tópicos da última aula.— Regras de conduta, nada de contato físico fora do ambiente privado, evite roupas curtas em público, evite perguntas sobre religião, respeite a cultura local. Você deve sorrir pouco, falar ainda menos, e observar muito.— Eu me lembro.Disse, tentando disfarçar o nervosismo.— Estudei tudo.Ela continuou, impassível...— Lembre-se, o sheik comprou apenas uma noite com você, e isso se deu unicamente por conta da
A passagem estava comprada, o visto havia sido aprovado, a mala estava quase pronta. A ideia de ir para Dubai, que antes parecia um cenário distante de novela das nove, agora era uma certeza sólida, palpável, fria.Não havia mais espaço para fantasias, eu estava indo, e não por turismo, nem para postar fotos na frente do Burj Khalifa. Eu estava indo para vender algo que nenhuma passagem de volta poderia recuperar.A diretora da agência, Carolina, me avisou que eu teria mais uma etapa antes do embarque. Uma aula intensiva sobre a cultura local, as leis, os costumes. Afinal, ele era um sheik. Um homem do deserto. E eu? Uma brasileira do caos urbano, dançarina de boate que usava cropped e salto alto pra ganhar gorjeta.As realidades não podiam ser mais diferentes.Fui até o endereço enviado por ela. Era um apartamento sofisticado na zona sul, silencioso e com vista para o parque. Lá dentro, me esperava uma mulher elegante, de turbante dourado e olhos severos. Seu nome era Layla. Ela ha
O despertador tocou antes mesmo do sol nascer, quando abri os olhos, o quarto estava mergulhado numa penumbra azulada, e o frio no meu estômago era mais forte do que qualquer inverno.Havia chegado o dia.A entrevista com a imigração estava marcada para às 9h30 da manhã. Carolina havia me preparado para tudo, roupa, postura, respostas ensaiadas. Mas nada me prepararia de verdade para a sensação de estar prestes a atravessar uma porta sem volta.Tomei um banho gelado, precisava despertar cada parte do meu corpo, esconder o pânico que insistia em crescer dentro de mim. Depois vesti exatamente o que Carolina havia me mandado usar, uma blusa de gola alta branca, discreta mas justa o suficiente para realçar meu corpo, calça de alfaiataria nude, salto baixo e brincos pequenos. Cabelos presos num rabo de cavalo elegante, maquiagem leve. A intenção era clara, uma jovem sofisticada, de classe média alta, indo para uma viagem de lazer.Olhei no espelho antes de sair. Não parecia eu.A garota do
O telefone tocou no meio da tarde do dia seguinte, interrompendo qualquer resquício de paz que eu fingia ter. Atendi com o coração já batendo mais rápido, como se meu corpo soubesse o que vinha pela frente.— Senhorita Júlia? A voz do outro lado era séria, profissional, do hospital.— Sou eu… Aconteceu alguma coisa?— Sua mãe deu entrada agora há pouco. Teve uma crise. Está na emergência. Precisamos que venha o quanto antes.Não pensei duas vezes. Larguei a pasta com os documentos no chão, peguei a bolsa e corri como se a cidade inteira estivesse em chamas.O hospital era o mesmo de sempre, gelado, abafado, com aquele cheiro de desinfetante e sofrimento misturado. A recepcionista me indicou o andar e lá estava ele, o mesmo médico que vinha acompanhando minha mãe nos últimos meses. O rosto dele era sério demais.— Doutor… o que aconteceu?Ele tirou os óculos, respirou fundo, como quem precisava pesar cada palavra.— Júlia… a sua mãe teve uma piora significativa. O tumor se espalhou m
Último capítulo