La mañana es fría, pero luminosa, y Lucy siente un cosquilleo de nervios y emoción mientras camina hacia la habitación de Quinn.
Los últimos días han sido un torbellino de emociones, y apenas ha tenido tiempo de visitar a la hermana de Sawyer, quien seguramente la espera con ansias.
Al abrir la puerta, lo primero que ve es a Poppy, sentada en el suelo, concentrada en un cuaderno de colores, dibujando figuras imposibles con la seriedad de una pequeña artista.
Sus rizos dorados caen sobre su frente mientras mueve con cuidado los crayones, completamente absorta en su obra.
Al notar la presencia de Lucy, Poppy deja todo y corre hacia ella, con una sonrisa que ilumina la habitación.
—¡Poppy! —exclama Lucy, agachándose para recibir a la niña.
Quinn aparece detrás, riendo suavemente mientras corrige a su hija:
—¡Poppy! Tienes que ser delicada con Lucy, tiene su bebé en la pancita.
Lucy acaricia suavemente la cabeza de Poppy, despidiéndose con un beso de niña traviesa.
—No pasa nada, cariño