Lucy camina a paso rápido por el pasillo, ignorando las miradas curiosas de enfermeras y residentes que notan la tensión en su rostro.
Ella sabe exactamente dónde está Sawyer. No necesita preguntarle a nadie ni revisar las cámaras de seguridad.
Él solo va a un lugar cuando las cosas se ponen insoportables: la terraza en la que la llevó aquella vez, su refugio secreto, el único sitio donde baja la guardia.
Abre la puerta de vidrio con suavidad. El aire fresco de la tarde la recibe con un golpe de realidad.
Allí está él, tal y como lo imaginó: sentado en una de las sillas metálicas, el cuerpo inclinado hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas y la cabeza enterrada en las manos.
La imagen le rompe el corazón.
Sawyer siempre ha sido la roca de todos, el hombre implacable, el cirujano al que nada lo quiebra.
Pero ahora parece un hombre derrotado.
Lucy da unos pasos hacia él, su respiración contenida.
—Sawyer —lo llama con voz suave, temiendo que cualquier sonido demasiado alt