El pasillo del hospital se siente interminable, como si las paredes blancas se cerraran sobre Lucy con cada paso.
El dolor en su costado regresa en oleadas, recordándole la presión que la tuvo doblada horas antes.
La piel de su frente brilla con sudor frío, pero aun así no se detiene. No puede detenerse. Algo dentro de ella —un presentimiento que no sabe explicar— le empuja hacia adelante.
Cada músculo tiembla, pero la idea de que Sawyer pueda estar en peligro le da la fuerza suficiente para avanzar.
Cree escuchar la voz de él. La reconoce al instante, grave, con ese timbre que aún en sus momentos de mayor enojo siempre le ha resultado familiar.
Por un segundo su corazón late con fuerza, creyendo que lo ha encontrado. Sin embargo, a medida que se acerca, percibe una risa distinta, una cadencia que no pertenece a él.
Se queda inmóvil frente a la puerta entreabierta, conteniendo la respiración. Lo que escucha no es a Sawyer ni a Justin. Son Kenneth y Ruby.
El mundo parece detenerse