Sawyer no puede esperar ni un segundo más. Lleva a Lucy a una habitación vacía del hospital, cerrando la puerta con firmeza detrás de ellos.
Su respiración es agitada, mezcla de preocupación y miedo; sus ojos recorren cada centímetro del cuerpo de Lucy buscando señales de algún daño grave.
La adrenalina no le permite pensar con claridad, solo actuar.
Toca sus brazos, revisa la cabeza, palpa suavemente su abdomen, pero su tensión crece con cada segundo que pasa sin recibir una señal de alarma.
—Sawyer —lo llama ella con voz tierna, intentando calmarlo—.
Pero él no la escucha. Sus manos recorren sus piernas, sus hombros, revisa cada articulación con precisión casi obsesiva.
—Sawyer —vuelve a llamarlo, esta vez tomando su rostro entre las manos y alzándolo hasta que sus ojos se encuentran—. Estoy bien, es solo un dolor pesado por el impacto, pero nada más.
El corazón de Sawyer se aprieta. Sus ojos se humedecen con una mezcla de miedo y alivio.
—Lucy, esa caída pudo haber sido fatal pa