Mundo ficciónIniciar sesiónBianca Devereux siempre supo que su amor era un pecado… pero también sabía que no podía controlar lo que sentía. Desde los quince años estuvo enamorada del hombre que jamás debería haber deseado: Christopher Varon, el esposo de su tía. Cuando Nohra muere inesperadamente, Bianca cree que por fin ha llegado el momento de confesar aquello que llevaba años quemándole la piel. Pero su declaración termina en humillación, rechazo y un dolor que la obliga a huir de casa durante dos años. Ahora, con un prometido perfecto y un futuro que parece estable, Bianca regresa para la cena de Navidad con la intención de demostrar que ya no es aquella chica obsesionada por un amor imposible. Pero no sabe la verdad. Christopher jamás la olvidó. Jamás la superó. Jamás dejó de desearla. Y mucho menos… de obsesionarse.
Leer másBIANCA DEVEREUX
— Tomame a mi. — Le susurre tomándolo del rostro. — Tomame tio.
Su rostro era impasible, me tomó de la nuca y estampa sus labios sobre los míos, y pude sentir como me elevaba al cielo, había deseado esto desde que tenía quince años y ahora lo estoy logrando a mis veintiuno.
Sus manos comienzan a recorrer todo mi cuerpo hasta llegar al corto final de mi minifalda, la cual me había colocado exclusivamente para él, su tacto caliente hace que mi piel se erice como nunca antes, ninguno de los hombres con los que he estado lograba emocionarme lo suficiente, como lo hace mi querido tío.
— ¡Dios! — Exclamó cuando soltó un azote en mi culo.
En un imprevisto su mano corre a mi cuello y me sujeta casi que en el aire, me cuesta respirar, pero este es el tipo de adrenalina que me gustaba.
— Escúchame bien Bianca. — Su voz rasposa y su olor amaderado hace que me desestabilice. — Ninguna zorra como tú hará que me olvide de Nohra.
Tome una gran bocanada de aire cuando me soltó, unas pequeñas lágrimas bajan por mis mejillas, no eran de tristeza, más bien era porque no podía respirar.
— Lárgate de mi casa, no quiero verte pisar este lugar o le dire a tus padres, lo que su dulce angelito está haciendo.
No me importaba lo que mis padres llegaran a pensar de mi.
— No me voy a rendir. — Hable con determinación. — Tu seras mio tarde o temprano.
Una sonrisa se asoma por mi rostro, cuando mi tío vuelve a tomarme del cuello y me estampa contra la pared.
— Eres una maldita zorra de lengua viperina, jamás caeré en tus piernas y mucho menos en la casa que compartía con Nohra.
— Lo que tu querida Nohra hizo fue arrebatarme al hombre de mi vida.
Christopher suelta una carcajada sin gracia.
— Estás desquiciada. Yo soy tu tío, el esposo de tu tia Nohra, hermana de tu madre.¿Cómo puedes hacerle esto a su memoria?
— Porque no eres mi tío de sangre, tu y yo no tenemos ningún parentesco. — Le respondo. — Tengo derecho a sentirme atraída por ti.
Llevo mis manos a su pecho hasta sus mejillas, acarició su barba de que apenas comenzaba a salir.
— Escuchame Christopher, tu ahora eres un hombre soltero, tarde o temprano vas a comenzar a salir con mujeres, pero yo puedo evitar ese tedioso proceso de conocer a otras personas, a mi ya me conoces desde… que tengo quince.
El silencio que siguió fue tan denso que sentí que el aire pesaba sobre mis hombros.
Christopher me miró como si intentara descifrar en qué momento me había convertido en esta versión de mí misma.—Bianca… —murmuró, y su tono no fue de ira, sino de agotamiento—. No sabes lo que estás diciendo.
—Lo sé perfectamente —lo interrumpí, acercándome un paso más.
Pude ver cómo sus manos se cerraban en puños, como si necesitara contener algo más que rabia.Su respiración se volvió áspera. La mía también.
Entre nosotros no había más de un palmo, pero la distancia emocional parecía infinita.—Te confundes —dijo, con la mirada clavada en el suelo—. Yo no soy el hombre que crees.
—Lo eres —contesté sin dudar—. Eres exactamente el hombre que he visto toda mi vida. El que no se quiebra, el que carga con el dolor y no se lo muestra a nadie. El que me enseñó a no temerle a nada… excepto a ti.
Christopher levantó la vista, y por un instante sentí que su corazón y el mío latían al mismo ritmo.
Esa mirada no era la de un tío. Tampoco la de un enemigo. Era la de alguien que luchaba contra sí mismo, y perdía.—No sigas —pidió, con la voz rasgada—. No me obligues a hacer algo de lo que ambos podríamos arrepentirnos.
—Entonces no lo pienses —susurré—. Siente.
Mis palabras lo golpearon como un disparo. Vi cómo su respiración se agitaba, cómo daba un paso hacia atrás, intentando escapar de un fuego que ya lo había alcanzado.
—Esto es un error —dijo al fin, girándose hacia la ventana—. Nohra… nunca me lo perdonaría.
—Nohra está muerta —susurré, sintiendo un nudo en la garganta—. Pero tú sigues vivo. Y sigues amándola tanto que te has olvidado de vivir.
Mi voz tembló. No quería sonar cruel, pero era verdad. Christopher vivía como un fantasma.
Y yo… yo había jurado devolverle el pulso.Él no respondió.
Solo se quedó allí, con la espalda hacia mí, los hombros tensos y el alma, probablemente, hecha pedazos.—No me odies por sentir —dije, apenas en un hilo de voz—. Solo mírame, aunque sea una vez… sin culpa.
Y cuando lo hizo, entendí que no todo fuego necesita tocar la piel para quemar.
Su mirada fue un golpe seco al pecho.
Era como si, por primera vez, se permitiera verme de verdad. No como la sobrina de su esposa, no como la niña que corría por el jardín con los zapatos embarrados… sino como la mujer que estaba frente a él, dispuesta a asumir las consecuencias de su deseo.Christopher dio un paso hacia mí, lento, calculado, pero cada uno de esos segundos dolía más que cualquier rechazo.
Su respiración chocaba contra la mía. Sus ojos, llenos de furia y algo más que no quería nombrar, recorrieron mi rostro.—No sabes lo que estás pidiendo, Bianca —murmuró.
Su voz era una mezcla de advertencia y derrota.—Sí lo sé —respondí, sin apartar la vista—. Y no me arrepiento.
Hubo un silencio que lo dijo todo.
Podía escuchar el tic tac del reloj, el golpeteo de la lluvia contra las ventanas, y el latido frenético de mi corazón pidiéndole que no se alejara.Christopher apartó la mirada, presionando los labios con frustración.
—Esto no puede seguir. No debe —susurró, y su tono era casi un ruego.—Entonces dime que no sientes nada —lo desafié—. Dímelo a la cara y me iré.
Él cerró los ojos un momento. Parecía luchar consigo mismo. Podía ver cómo tensaba la mandíbula, cómo se aferraba al último pedazo de cordura que le quedaba.
Pero cuando volvió a mirarme, su expresión cambió.
Había algo roto en su mirada. Algo que se negaba a morir.—Bianca… —dijo mi nombre con una suavidad que me heló la sangre—. No me pidas que mienta.
Mi garganta se cerró. No esperaba esa respuesta.
Por un instante, el mundo se redujo a ese espacio entre nosotros.No hubo palabras después.
Solo su silencio y el mío, entrelazados por algo que ninguno de los dos podía controlar.Sentí un nudo formarse en mi pecho.
Lo odiaba por resistirse, por contenerse, por no dejarme caer con él. Pero al mismo tiempo lo amaba más de lo que debía, porque incluso en su negación, seguía protegiéndome.Di un paso atrás, conteniendo las lágrimas.
—Entonces… tendrás que aprender a vivir con lo que negamos —susurré, antes de girarme hacia la puerta.Detrás de mí, escuché cómo exhalaba con fuerza.
No me llamó. No me detuvo. Y aun así, su silencio fue la forma más cruel de pedir que me quedara.Cuando salí de la casa, la lluvia comenzó a caer con fuerza.
Cada gota golpeaba mi piel como si el cielo quisiera recordarme que los pecados también se purifican con agua. Pero no había limpieza posible para lo que acababa de sentir.Porque el fuego ya estaba encendido.
Y aunque ninguno de los dos lo admitiera, ambos sabíamos que era solo cuestión de tiempo antes de que nos consumiera.CHRISTOPHER VARONSu espalda se arqueó con violencia y sus uñas rasgaron mis hombros, buscando dónde sostenerse.No pensé en ser suave. No pensé en contenerme. No pensé en nada más que en hacerla sentir exactamente quién era el hombre que había estado esperando.— Eso… — murmuré contra su oído, moviéndome con intensidad creciente, marcando mi ritmo, mi territorio, mi poder sobre su cuerpo y sus suspiros —. No te contengas conmigo, Bianca. Yo sí sé cómo manejarte… y cómo llevarte exactamente al límite que te gusta.Ella jadeó, aferrándose a mi espalda, temblando entera.— Christopher… — su voz se quebró, suplicante, perdida.— Eso es — respondí contra su cuello, deslizando mis labios por su piel caliente —. Quiero escucharte… quiero sentirte… quiero que tu cuerpo diga lo que tu boca siempre intentó callar.La abracé por la cintura, imponiendo un ritmo más profundo, más firme, más desesperado.Bianca no era una fantasía.Pero justo cuando estaba a punto de descargarme dentro de ella
CHRISTOPHER VARONLa desvestí por completo, dejando su cuerpo desnudo ante mis ojos. Dios… Bianca era una provocación hecha carne. Su piel suave, su cuello temblando bajo mi respiración, y ese culo perfecto, redondeado y respingado, me llamaba de una manera casi animal. Quise morderlo. Quise marcarlo. Quise dejar claro que ahora me pertenecía.Aparté la mirada apenas lo suficiente para observar la habitación. Había una silla cerca de la ventana; la tomé y la puse justo frente a la cama, donde la luz tenue podía dibujar cada sombra sobre su piel.Luego me senté. Lento. Seguro. Dominante.Bianca me observaba desde la cama, vulnerable pero desafiante, como si una parte de ella quisiera resistirse… y la otra rogara por rendirse.Le señalé con un movimiento de dedos que se acercara.— Ábrete de piernas para mí, Bianca. —Mi voz salió baja, firme, más un mandato que una petición.Ella tragó saliva. Y obedeció.Sus rodillas se separaron poco a poco, revelando su respiración acelerada, sus
BIANCA DEVEREUX— Amor. — Edward me abraza por la espalda mientras preparo la cena. — Iré con unos amigos a despejarnos un poco. Me giro y hago un puchero. — Pero nos estoy preparando la cena. — Lo abrazo por la cintura. — Lo siento cariño, puedes guardarla en el microondas. — Me da un beso en la cabeza. — Está bien, entonces me quedaré en casa y veré una serie. — Prometo que te compensare esto.Edwar planta un beso en mis labios y se va dejándome sola. Solté la cuchara y coloque los ojos en blanco desde la cena de navidad desastrosa que tuvimos en familia, no dejo de pensar en Christopher y su beso, pero sobre todo la confesión de la relación con mi tia. el timbre del departamento sono. — Seguramente se le quedó algo a Edward. — Murmure por lo bajo. — Amor eres muy… — No termine, porque justo en frente de mí se encontraba Christopher. — ¿Que carajos haces aquí? — Me cruzo de brazos enojada. — ¿Puedo entrar? — No. — Por favor Bianca tengo que explicarte lo que sucedió. — C
CHRISTOPHER VARÓNCuando la vi irse de mi casa aquella noche supe que había cometido un error, pero era lo mejor para nosotros, nadie podía saber que yo me había acercado a la familia Devereux por su única hija, nieta y sobrina. Sabía que tener sentimientos por aquella chica me traería problema, pero Nohra se fijó en mí primero, me gustó, la seduje y luego… murió dejándome solo. Y desde que Bianca me reveló sus sentimientos supe que debía conquistarla. Pero ya ella se había ido lejos de mi. No la perdí de vista, supe que se había ido a una universidad a dos horas de la ciudad, seguí cada uno de sus pasos, quienes eran sus amigos, con quienes tenia citas, incluso cuanto sacaba en sus examenes. Pero mis planes se arruinaron cuando Edward Hale, el muy idiota esta enamorado de mi chica y propuso matrimonio, pero eso no me va a detener.Cuando volví a sentir sus labios sobre los míos, pude ver la gloria, todo mi cuerpo reaccionó y no quería soltarla. Quería salir a aquella sala de esta
BIANCA DEVEREUXAl bajar de mi habitación me voy directamente al comedor, donde todos estaban esperándome, me siento al lado de mi prometido y en frente de mi tio, me inclino a un lado y le doy un pequeño beso en los labios. — ¡Aww son una pareja muy linda! — Dice mi tía Jazmin quien estaba sentada al lado de Christopher. — Seguramente sus hijos serán hermosos ¿No lo crees Chris?— No. — Responde él de inmediato llamando la atención de los demás en la mesa. — No estoy preparado para ver a mi sobrina ser madre. Concluye, a lo que mis tías y mi madre sonríen. — Estoy segura de que Daniel estaría de tu lado. — Comenta mi madre acerca de mi difunto padre, el cual murió hace cinco años. Edward seguía riendo con cada historia que mi madre contaba. Parecía encajar con naturalidad en el ambiente, como si hubiera convivido años con mi familia. Yo, sin embargo, sentía un peso en el pecho cada vez que intentaba relajarme. Enfrente estaba Christopher, y su mirada permanecía fija en mí con una
BIANCA DEVEREUX2 AÑOS DESPUÉS —¡Mamá! —corrí a sus brazos, sintiendo cómo una ola de nostalgia me envolvía. Habían pasado dos años desde la última vez que la veía. Dos años desde que decidí marcharme a la universidad para huir de todo… de los recuerdos, del deseo, y sobre todo, de Christopher.Mi madre me miró con ojos brillantes, acariciándome el rostro con esa ternura que solo ella sabía ofrecer. —¡Dios, estás hermosa! —exclamó, examinándome de pies a cabeza—. ¿Y dónde está tu prometido?Me giré apenas cuando sentí los pasos firmes detrás de mí. Edward Hale apareció con una sonrisa impecable y una caja de flores en las manos. Su elegancia era tan natural que contrastaba con el caos que aún llevaba dentro.—Mucho gusto, señora Devereux —dijo, extendiéndole las flores—. Bianca me dijo que las petunias son sus favoritas.—¡Por supuesto que lo son! —respondió mi madre con una sonrisa cálida mientras tomaba el ramo—. Las pondré en el centro de la mesa para que todos las vean… y, por
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