La tensión en la habitación es tan densa que Lucy siente que podría cortarse con un bisturí.
El aire se siente cargado, sofocante, como si cada respiración costara el doble.
Aspen está de pie, con los brazos cruzados, su postura recta y elegante, el aire de superioridad en su rostro casi insoportable.
Sawyer da un paso al frente, todavía con el cuerpo cargado de adrenalina por la discusión con Jenkins.
Sus hombros parecen tensarse un poco más, su mandíbula apretada como si estuviera conteniendo algo que le quema por dentro.
—Estás abusando de tu cargo —su voz suena grave, profunda, como un golpe que resuena en las paredes—. No puedes usar tu posición para chantajearnos, Aspen.
Ella no parpadea, su sonrisa apenas se curva, gélida.
—Entonces, me temo que no tendrás la custodia de la niña.
Las palabras caen en la habitación como un trueno.
Lucy siente cómo un escalofrío le recorre la espalda, un frío punzante que se instala en su pecho.
Sabe que Aspen tiene el poder de cumplir esa