Nino, una alocada estudiante universitaria y Manu, un difícil hombre con Trastorno Obsesivo Compulsivo. Una mujer completamente libre y un hombre preso de sus angustias. La desconcertante historia de dos personas de pie en esquinas diferentes de la vida. Una prueba de que, en ocasiones, el amor no es suficiente.
Leer másNinoDesde que recibí el título profesional que no regresaba a la universidad. La odiaba, y ni siquiera tenía una razón de peso para hacerlo. La verdad es que asumo que cuando perdí a Manu, perdí también mucha de mi ingenuidad, y me convertí en una persona que odiaba más de lo que debía. Qué extraño es sentir que una persona alberga todo lo bueno de ti.Esa tarde recorrí el camino que acostumbraba mientras era estudiante, y me detuve con asombro frente a la cantidad de gente que salía de la galería, todos comentando lo fabuloso que era el artista y la forma en que plasmaba sus sentimientos en la tela; y oír sus comentarios solo hizo que sintiera tanto orgullo como pánico. Manu había crecido, era un profesional que exponía su arte en la más importante galería de la ciudad, mientras yo temblaba titubeando ante la posibilidad de que un exnovio me hubiese olvidado o no deseara verme. ¿En qué minuto algo así se había convertido en algo tan importante para alguien como yo? Estaba enojada co
NinoEn el momento en que las angustiadas llamadas telefónicas de mis amigos comenzaron a ser para mis padres y no para mí, comprendí que debía ser fuerte y regresar. La necesidad de refugio que sentía no había conseguido nada más que preocupar a quienes me apreciaban, aun cuando no parecía ser digna de ello. Fue así como me despedí entre lágrimas de los cariñosos brazos de mi madre, buscando volver con valentía a afrontar la decisión que yo misma había tomado. Creo que nunca me fue más difícil abandonar la casa de mis padres como ese día, en que el vacío que entraba a borbotones por las puertas y ventanas de mi hogar me recibió.Casi de inmediato comencé a recibir las visitas de mis amigos, incluido Tomás, quienes se esforzaron en hacerme sentir mejor e intentar que la culpa no se sintiera como un puñal. Mil veces intenté explicarles, a modo de disculpa por el daño causado, pero cada vez que hablaba me ahogaba en lágrimas y recuerdos. Nadie hizo preguntas, no sé si fingían entenderlo
ManuEra de madrugada cuando salí de aquel departamento que en algún momento me hizo feliz. La tristeza nubló por completo mi razón, y sin pensar en nada, me dejé llevar por el movimiento inconsciente de mis pies, sin siquiera analizar la forma en que a esa hora llegaría a la casa de mi madre. De pronto, me encontré en la mitad del puente que separaba mi dulce vida con Nino de la patética realidad que me esperaba. Podría haber acabado con todo en ese instante, pero el dolor que cada paso me provocaba, de alguna forma me recordaba que había sido real, aun cuando la oscuridad comenzaba a cernirse sobre mis sentidos.En casa de mi madre, me recibió un silencio abrumador que me impedía poner en práctica cualquiera de mis técnicas de autocontrol. No me servía contar, no me servía respirar, no me servía visualizar el rostro de Nino, ni sus ojos, ni sus labios, ni sus dientes... Abrí la puerta con la desesperación amenazando con invadirme por completo y destruirme sin piedad. Mamá escuchó las
NinoPor la mañana, Manu ya no estaba en casa. Era consciente de que se había ido, pero aun así, me incorporé para buscarlo con la mirada, como si aún existiera una pequeña posibilidad de que todo hubiese sido una pesadilla. Pero no. Solo obtuve como respuesta un vacío que ya no me era habitual. Y, sin embargo, tampoco me era del todo desconocido. Porque antes de Manu, esa soledad ya me había visitado, pero ahora era distinta. Era más densa, más cruel.¿Estaba realmente sola una vez más? Sí. Pero esta vez no era como antes. Esta vez sabía exactamente lo que significaba compartir la vida con alguien que te ve incluso en tus peores días. Y haberlo perdido era como haber sido arrojada fuera de un hogar que por fin creí haber encontrado.Volví a recostarme con la esperanza de que pasar unos minutos más en cama me aliviaría un poco la cabeza, que no paraba de darme vueltas producto de la borrachera de la noche anterior. Pero también porque la cama, aunque vacía, era el único lugar que aún
ManuYo también lo sabía. Y aunque lo había sabido siempre, había decidido imaginar que nuestro final podía haber sido otro. ¿Cómo no hacerlo, si Nino me veía pintar y me abrazaba, si constantemente bromeaba cuando revisaba una y otra y otra vez las puertas y ventanas, si reía cuando la despedía con muchos besos, si cerraba sus ojos cuando la besaba y su cara cada vez que le decía lo hermosa que era? Le encantaba mi manera meticulosa de ordenar los cubiertos por tamaño, la forma en que alineaba los frascos del baño según el color de sus etiquetas. Solía decir que mis listas eran mejores que cualquier aplicación de productividad, que mis rituales eran dulces, que mis manías la hacían sentir cuidada. Pero con el tiempo, lo que antes era motivo de ternura empezó a cansarla. Ya no reía cuando me veía contar los pasos del pasillo, ni acariciaba mi espalda mientras verificaba las ventanas. Comenzó a suspirar, a girar los ojos, a preguntarme con fastidio si de verdad pensaba revisar eso por
NinoSi bien acababa de sobrevivir a mi primer acercamiento con el mundo laboral, lo cierto es que estaba cansada. Había trabajado gratis tres meses en un estudio donde jamás me pidieron que pensara. Mi función era bajar datos de satélites y organizar carpetas con imágenes del clima, como si mis años de estudio se resumieran en eso. Era obvio que lo único que deseara fuera hacer algo distinto, no importaba qué, y por supuesto, junto a Manu. Sin embargo, la cotidianeidad que adoptamos viviendo juntos, me hizo olvidar que la rutina y él eran lo mismo. No era su culpa en absoluto, ni mucho menos de los hermosos días que pasamos juntos y que me hicieron pasar por alto el hecho concreto de que me había ganado un espacio en el corazón de Manu haciéndome parte de su día a día.Esa tarde me enfurecí con él, lo dejé solo en el sofá y me fui a nuestra habitación. Estaba tan cansada. Frente al espejo, concluí sin dificultad que todo era mi error, pero el agotamiento hizo que me durmiera temprano
ManuLos tres meses que duró la práctica profesional de Nino, se sintieron como una luna de miel. Cada uno de los días que pasé a su lado fue magnífico. Adoraba su compañía, su risa contagiosa y lo enérgica que era a la hora de demostrarme su amor, abalanzándose sobre mí cuando me encontraba concentrado en mis pinturas, o abrazándome con dulzura cuando el estrés amenazaba con aparecer, o besándome en forma apasionada cada noche, solo por el placer de sentirnos en las nubes. Jamás tuvimos problemas que nos significaran dormir enfadados el uno el otro, en su mayoría, gracias al don de la palabra que acompañaba a Nino desde que tenía un año. Ella, por fortuna, era capaz de expresar todo aquello que le molestara, lo que hizo nuestra convivencia mucho más armónica, aun cuando hubo momentos, por supuesto, en los que ambos decidimos mantenernos en silencio.Sin embargo, esos pequeños impases no nos detuvieron, permitiendo que los días pasaran alegres y que nuestra confianza creciera. Siempre
NinoEl minuto de hacer formal mi vida, y mi relación, con Manu frente a mi familia, había llegado, y por supuesto, nada de lo que pudiese acontecer sería dejado al azar, lo que me exigió planificar con detalle —y bajo supervisión constante— el momento en que llamaría a mis padres, momento para el que Manu llevaba casi un mes practicando. Sin embargo, en el segundo exacto en que cogí el teléfono, su cuerpo comenzó a funcionar por sí mismo, yendo de un lado a otro en nuestra pequeña sala, con sus dedos temblorosos y una expresión de pánico que no se borró de su rostro hasta que colgué. Y aunque Mamá no era de charlas breves, el estado de horror en que estaba Manu, me obligó a ir al grano y dejar la conversación para cuando nos viéramos a los ojos.—Hola, sí, estoy bien. Llamaba porque quiero visitarlos el fin de semana, ¿qué les parece?Ya con ese sorpresivo anuncio de visita, mi madre comenzó a sospechar, guardando un silencio al que ni ella, ni yo, ni mi padre, ni Manu, estábamos aco
ManuMi madre se quedó espantada, pero lo aceptó. O al menos guardó un silencio algo parecido al respeto. De inmediato me levanté, dando por terminada nuestra conversación, y comencé a preparar mi mudanza. Tomás estaba casi igual de entusiasmado que yo, y jamás puso en duda mi capacidad de supervivencia lejos de casa.Gracias a mi obsesiva necesidad de mantener todo clasificado y en perfecto orden, la organización de mis pobres tres cajas no nos tomó más que un par de horas por la noche y la mañana. Antes de salir, abrí la puerta y contemplé por última vez lo poco que quedaba en mi habitación: una cama, algunos cuadros, unos pocos bocetos y un retrato familiar de cuando aún éramos cuatro personas. Ese era el resumen de mis veintiséis años de vida: la ropa que llevaba puesta, los embalajes que aguardaban a mis espaldas y mis muchos implementos para pintar.—¿Listo? —preguntó Tomás, observando a mi lado, con un orgullo que solo nosotros éramos capaces de entender.—Listo —respondí, más