Tomás
Tenía apenas seis años cuando mis padres trataron de explicarme que mi hermano era distinto a los demás hermanos mayores que había en el barrio donde vivíamos. Era en realidad un niño pequeño aún, pero recordaba muy bien aquella conversación ocurrida tras reclamar que Manu nunca era invitado a los cumpleaños familiares, y recordaba también, por cierto, el rostro triste y decepcionado de mi madre al escuchar mi queja.
—No me gusta ir con papá, y tampoco quiero ir solo. Quiero que Manu vaya conmigo —había dicho yo, en el más teatralizado berrinche que recuerdo.
Ella contuvo sus lágrimas al oírme; mi padre se enfadó con Manu, culpándolo del caos familiar del que jamás parecíamos salir y que solo se agravaba con el correr de los días. Y yo... Bueno. Yo comprendí de inmediato que para ver a mi hermano tranquilo, jamás tenía que volver a quejarme sobre su comportamiento. Así, desde muy niño, vi cómo la distancia física entre nosotros aumentaba, a la par que mi admiración e incondicion