Doble vida

La lluvia caía con furia sobre los cristales, como si quisiera irrumpir en el silencio que reinaba en la casa. Alejandro llevaba horas encerrado en la biblioteca, rodeado de informes a medio leer y una taza de café ya frío. El retrato de su padre colgaba sobre la chimenea, observando con esa misma mirada severa de siempre, como si le recordara que no se podía permitir bajar la guardia.

Y ahí estaba ella. Otra vez.

Elena.

Elena Rivera.

O Elena Torres.

O lo que fuera.

Había regresado con un nombre falso, con una historia rota, y aún así caminaba por los pasillos como si el tiempo no hubiera pasado. Como si no lo hubiera destruido en pedazos cuando desapareció sin más, hace seis años.

Alejandro apretó los dientes y levantó el teléfono.

-Necesito que investigues algo para mí.

-¿Nombre? -preguntó su asistente al instante.

Alejandro observó la pantalla de su computadora, con la mirada fija, la mandíbula tensa. Marcó un número.

-Lucía, necesito que investigues a alguien -dijo en tono seco-.  Elena Rivera.

Nombre legal. Tiene documentos en regla desde 2019.

Hubo un silencio breve al otro lado.

-¿Alguna relación con el nombre original?

-Sí. Su nombre real es Elena Torres. Pero quiero saberlo todo sobre ella, Lucía: dónde ha estado, con quién, qué ha hecho. Sin dejar nada fuera.

La voz de Lucía vaciló por un segundo.

-¿Estás seguro de que quieres saberlo todo? 

-Estoy harto de no saber nada.

Colgó antes de que ella pudiera responder. Afuera, las luces de la ciudad parpadeaban como advertencias. Un presentimiento le quemaba el estómago. Ya no era solo una corazonada. Era un patrón.

Florencia, Italia. Tres años atrás.

Elena salió del conservatorio con una carpeta contra el pecho, el cabello recogido en un moño desordenado. Caminaba rápido por la Via dei Servi, mirando hacia atrás cada cierto tiempo. No porque alguien la siguiera. Sino porque ya no confiaba ni en su sombra.

-¿Rivera, cómo te fue en la clase de dibujo anatómico? -le preguntó una compañera desde la entrada del café.

Ella forzó una sonrisa.

-Mejor que ayer. Supongo.

Nadie allí conocía su verdadero apellido. Ni su historia. Ni su país. Se había convertido en otra persona. No por capricho, sino por necesidad.

Cada vez que alguien decía "Rivera", le costaba recordar que ese era su nombre ahora. Pero era mejor eso que volver a ser Elena Torres. Esa ya no existía.

-¿Desde cuándo usas otro nombre? -La voz de Alejandro la sorprendió a mitad de la noche. Estaba en el invernadero, regando las plantas con movimientos lentos, casi automáticos.

No se giró. Sabía que él estaba detrás. Lo sentía.

-Desde que dejé de ser la persona que conociste.

Él entró con pasos lentos, sin apartar la mirada de su espalda.

-¿Y quién eres ahora?

-No lo sé -La regadera tembló entre sus manos-. A veces, ni yo misma puedo responder eso.

Alejandro observó los girasoles que ella había estado cuidando desde que llegó. Era absurdo. Tan delicados. Tan resistentes. Como ella.

-Encontré tu ficha de inscripción en una galería de Valencia. Dijiste que habías estudiado en Italia. Pero no hay constancia pública de eso. Tu firma cambia. Usas iniciales distintas. En algunos lugares eres Elena S. Rivera, en otros solo "E. R.". Estás borrando tu rastro, poco a poco.

Elena se volteó. Sus ojos no tenían miedo. Tenían culpa.

-¿Me estás investigando?

-Estoy haciendo lo que debí hacer hace seis años.

El silencio que siguió no fue tenso. Fue denso. Como un abismo entre ellos.

Ella no lo interrumpió.

Él tampoco se disculpó.

Hace seis años. Clínica Santa Lucía.

Una joven Elena recibía un sobre sellado de manos de una doctora de voz suave.

-Tómatelo con calma. Léelo cuando estés lista.

Ella no respondió. Solo lo metió en su bolso y salió al estacionamiento, donde Clara la esperaba dentro de un coche viejo.

-¿Te lo dijeron? -preguntó su hermana, sujetando el volante con fuerza.

Elena negó con la cabeza.

-No quiero saberlo aún.

Ese sobre lo abriría días después, sola, en una pensión en Florencia.

Y nada volvió a ser igual.

-¿Por qué cambiaste de identidad? -insistió Alejandro-. No es solo miedo. Hay algo más. Algo que no estás diciendo.

Elena se apartó, dejando la regadera en el suelo.

-No me fuiste a buscar. Nunca. Pensé que me odiabas. Que me habías borrado de tu vida.

-¿Y si lo hice? -preguntó él sin suavidad-. ¿Acaso no lo merecías?

Ella no respondió.

-¿Qué pasó en esa clínica? -inquirió, afilando la voz-. Porque sí sé que estuviste allí. Lo descubrí hoy.

Elena lo miró, desconcertada.

-¿Cómo sabes eso?

Alejandro no respondió.

-Clínica Santa Lucía. Estuviste internada tres días. Usaste un segundo nombre. Luego desapareciste del sistema. No existe acta de alta. Ni informe médico público. Nada.

Ella palideció.

-Eso no tiene nada que ver contigo.

-¡¿No tiene que ver conmigo?! -La voz de Alejandro se quebró, mezclando rabia con una desesperación antigua-. Me dejaste sin saber si estabas viva, si te habían hecho daño, si te habías ido con otra persona, por otra vida...

-No fue otra persona -soltó ella al fin, en voz baja.

Alejandro retrocedió, desconcertado.

-¿Entonces qué fue?

Pero Elena bajó la mirada. No podía decirlo. Aún no.

Más tarde esa noche, en la habitación de huéspedes, el teléfono de Elena vibró.

-¿Clara?

-Lena, no me gusta esto. Sé que estás pensando en quedarte más tiempo ahí. Pero algo no está bien. Lo sé. Lo presiento.

-¿Qué presientes?

-No puedo hablar ahora. Papá está aquí. Pero escúchame... si alguien menciona el nombre "Benedetti"... sal de ahí. No preguntes. Solo sal.

Elena se quedó helada.

-¿Benedetti? ¿Qué tiene que ver esa familia con esto?

Pero Clara ya había colgado.

Esa noche, Alejandro volvió a abrir el sobre que Lucía le había enviado.

Entre los archivos digitales, uno tenía el nombre "Observaciones médicas confidenciales – E.T.M.".

Intentó abrirlo, pero estaba cifrado.

Clave requerida.

-¿Qué ocultas, Elena...? -murmuró, más para sí que para nadie.Y mientras la tormenta arreciaba fuera, él supo que ya no había vuelta atrás.

Tenía que llegar al fondo. A toda costa.

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