La lluvia caía con una cadencia pesada sobre los cristales del salón principal. Elena, sentada frente a la chimenea apagada, sostenía una taza de té frío entre las manos. La casa, que hasta hacía poco parecía un refugio, ahora le resultaba extrañamente ajena. Silenciosa. Expectante.
Alejandro entró en la estancia con el ceño fruncido. Llevaba el teléfono aún en la mano, los nudillos tensos, los pasos contenidos, como si caminara sobre vidrio roto.-Dime que no es cierto -dijo Elena sin mirarlo. Su voz era suave, pero firme. Como una cuerda tensa a punto de romperse.-No puedo. -Alejandro dejó el móvil sobre la mesa con un golpe sordo. Su mandíbula se movía de lado, como si masticara un enojo que no terminaba de tragar-. Se llama Vera Monclús. Tiene documentos. Fotos. Hasta una carta manuscrita de mi padre... o eso dice.-¿Y tú le cr