Heridas abiertas

La noche se había asentado sobre la mansión, y las luces cálidas de la sala apenas iluminaban los pasillos vacíos. Elena se encontraba nuevamente en el estudio, de pie frente al retrato, sumida en sus pensamientos. La calma en el aire era engañosa, como si todo en su interior estuviera bien cuando, en realidad, el caos era total.

Alejandro había salido horas antes, dejando la casa en silencio, pero la tensión seguía presente. Cada rincón parecía susurrar su nombre, cada sombra parecía reflejar la imagen de su rostro. Y aunque había logrado avanzar, ella sabía que no podría huir de este lugar, no mientras él estuviera cerca.

Un piano comenzó a sonar a lo lejos, una melodía suave que se filtró por las paredes del estudio, irrumpiendo el silencio como una caricia, como una melodía perdida en el tiempo. Era la misma canción. La que siempre había sonado durante sus tardes juntos. La que él tocaba para calmarla, para tranquilizarla cuando las palabras no bastaban.

Elena cerró los ojos, dejando que la música la envolviera. Fue como un golpe directo al corazón. Ese momento, esa sensación, todo volvió con fuerza. El jardín que solían recorrer, los paseos sin rumbo, las tardes interminables en las que se sentían invencibles. Pero esas tardes eran solo recuerdos ahora, fragmentos de algo que nunca podría ser de nuevo.

La música se detuvo de repente. La quietud que siguió fue aún más dolorosa, casi insoportable. ¿Por qué había vuelto? Se preguntaba si valía la pena seguir con todo esto. Lo único que quedaba era el recuerdo, y a veces, eso era lo que más dolía.

Un ruido en el pasillo la sacó de su trance. Sabía que no era casualidad. La misma sensación de anticipación que había tenido cuando lo vio entrar esa mañana se apoderó de ella nuevamente. No se giró, no quiso hacerlo. Pero la puerta se abrió lentamente, y él entró.

-Te vi desde el pasillo -la voz de Alejandro era suave, pero cargada de algo más. Era una mezcla de dolor y búsqueda. Estaba allí, parado en la puerta, sin atreverse a dar un paso más.

Elena no lo miró, pero su corazón latía desbocado, como si él hubiera reabierto una herida que ella había intentado cerrar con todas sus fuerzas. ¿Por qué siempre regresaba a ella cuando ya estaba a punto de olvidar?

-Alejandro... -dijo ella, casi en un susurro. No quería hablar. No quería que nada de lo que sucediera ahora, lo que se dijera, cambiase las cosas. Pero sus palabras salieron solas, impulsadas por una emoción que no podía controlar.

Él no respondió de inmediato. Solo se quedó allí, observándola desde la puerta. Era evidente que estaba buscando algo. Algo que no encontraba, y que ni siquiera él sabía si era posible encontrar.

El piano volvió a sonar. Pero esta vez, no fue suave y delicada. La melodía estaba rota, arrastrada por la tristeza que emanaba de sus notas. Parecía como si el piano mismo lamentara lo que había sido, lo que ya no era. Elena no pudo soportarlo más. Se giró de golpe, enfrentándolo finalmente.

-¿Por qué lo hiciste, Elena? -su voz era baja, casi como si tuviera miedo de lo que pudiera escuchar. Pero aún así, las palabras salieron. ¿Por qué lo hiciste? Ese era el dolor de años, la pregunta que nunca había tenido respuesta. Y él tenía que saberlo ahora. Tenía que saberlo.

Elena abrió la boca, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. El dolor la ahogó, y las lágrimas comenzaron a nublar su visión.

-No lo sé... -su voz temblaba, quebrándose. Y ahí fue cuando se dio cuenta de que, en ese momento, ya no podía ocultar nada. El dolor la atravesaba como una flecha, punzante y afilada. Había intentado mantener la calma todo este tiempo, pero su cuerpo estaba agotado de luchar.

Alejandro se acercó, dando pasos cautelosos, como si temiera que un movimiento en falso fuera a hacerla huir otra vez. Elena deseaba apartarse, pero sus pies no se movían. La conexión entre ellos seguía siendo fuerte, más fuerte de lo que ella había querido aceptar. Y a pesar del daño, seguía estando allí.

-Dime por qué... -insistió él, con la voz quebrada por la angustia. Elena podía ver el dolor en sus ojos, tan claro como el suyo propio.

Y en ese momento, no pudo evitarlo más. La verdad, esa verdad que había estado guardando, la verdad que la había mantenido prisionera durante tanto tiempo, salió a la luz. Todo el sufrimiento, toda la confusión. Todo lo que nunca había dicho.

-Porque te amaba, Alejandro -susurró, casi en un lamento-. Te amaba tanto que me asustaba perderme en ti. Te amaba tanto que no sabía cómo salir de lo que sentía. Y tenía miedo. Miedo de que me destruirias como todo lo demás. Me daba miedo quedarme atrapada en un amor que no podía ser real.

Elena bajó la mirada, incapaz de sostener la suya. Las lágrimas ahora caían sin control, empapando sus mejillas, mientras la angustia se apoderaba de su pecho. Era como si todo el peso de los años hubiera caído sobre ella en ese instante.

Alejandro no dijo nada. No había palabras que pudieran aliviar el dolor de esa revelación. Pero lo que hizo a continuación fue lo que menos esperaba. Se acercó aún más, y esta vez, no tuvo miedo. La tomó entre sus brazos, suavemente, sin decir nada, sin forzarla. Solo la sostuvo, como si todo lo que había pasado, toda la distancia entre ellos, pudiera desaparecer en ese simple gesto.

Elena se quedó allí, en su abrazo, sintiendo cómo el mundo que había intentado construir a base de muros y promesas rotas comenzaba a desmoronarse. Nunca había permitido que nadie la abrazara así, no desde aquel día. Pero ahora, en sus brazos, sentía que tal vez, solo tal vez, podría dejarse llevar por algo que no fuera el miedo.

-No me dejaste opción, Elena -dijo él, su voz era más suave ahora. Elena podía escuchar el dolor en su tono, como si él también estuviera llorando desde adentro-. Me dejaste sin respuestas.

Ella se apartó un poco, mirando sus ojos, pero con la mirada perdida. No sabía qué hacer con lo que sentía. Todo parecía tan cercano, pero al mismo tiempo tan irreal.

-No supe qué hacer... No sabía cómo seguir -se disculpó, temblando, pero no podía detenerse. La herida estaba abierta, y no había vuelta atrás.

Elena deseaba que la tierra la tragara. Deseaba regresar al momento en que todo fue sencillo, cuando la idea de perderlo no la había destruido. Pero lo que estaba viviendo ahora, esa ruptura en su corazón, era la verdad más cruda de todas.

No podía huir de él. No más.

Hace seis años.

Elena miró el jardín desde la ventana de la casa, mientras las sombras de la tarde se alargaban. Alejandro estaba ahí, parado frente a ella, esperando una respuesta que ella no podía dar. No podía, porque su amor por él era más grande que cualquier otra cosa, pero lo que sentía también la aterraba. El miedo de perderse a sí misma en él, de volverse invisible, la había hecho huir.

Pero ahora, enfrentada a la misma pregunta, las heridas que había tratado de cerrar volvían, y no podía negar lo que realmente sentía.

-Te amaba, pero tenía miedo de no saber cómo vivir sin mí -Elena susurró esas palabras en su mente, mientras el dolor de su corazón continuaba.

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