La mañana llegó sin piedad. La luz del sol se filtraba por los ventanales de la finca, ajena al torbellino de emociones que habitaba en el interior. Alejandro no había dormido. Las palabras de Lucía, la carta, el nombre de su padre, todo giraba como una espiral venenosa en su mente.
Tenía los codos apoyados sobre el escritorio del despacho, con los ojos perdidos en el monitor de su ordenador. Lo que había encontrado era más que un rastro: era un abismo. Archivos antiguos, balances con doble contabilidad, nombres de empresas pantalla. Todos dirigidos a una misma dirección: una cuenta suiza vinculada a Héctor de la Vega. Su padre.-No puede ser...-murmuró, con voz ronca.Una carpeta física reposaba junto a su teclado. Lucía la había traído al amanecer, sin hacer preguntas, pero su expresión delataba que sabía más de lo que dejaba ver. Alejandro la hab&i