El motor rugía bajo la presión de la velocidad, pero Lysandra apenas lo registraba.
Cada segundo que pasaba aumentaba la inquietud en su pecho, cada kilómetro que recorría la acercaba más a un escenario que ya sabía que no sería bueno.
Cuando giró la esquina que llevaba a la casa de Eris, su mirada se afiló al instante.
No había ningún auto.
El estacionamiento vacío le dio la primera señal de alarma, pero lo peor estaba por venir.
Frenó bruscamente frente a la entrada, sus dedos firmes sobre el volante.
La puerta…
Estaba abierta.
La madera apenas se movía con el viento nocturno, pero el pequeño tambaleo del marco le pareció un mal presagio.
La detective inspiró con fuerza y salió del auto en un movimiento ágil.
Avanzó con pasos rápidos, su mirada recorriendo cada rincón de la entrada, cada posible rastro que le ayudara a entender qué diablos había pasado ahí.
Y entonces lo vio.
Sangre.
Manchas irregulares sobre el suelo, algunas más densas, otras