Asteria sostuvo la mirada de la mujer, sintiendo el peso de su pregunta flotando en el aire, como un hilo invisible que las unía en una verdad aún no revelada.
La noche parecía haber detenido su curso alrededor de ellas. El aire estaba frío, impregnado con la humedad característica de la ciudad. El sonido lejano de un auto cruzando la calle resonó con un eco amortiguado, pero en la entrada de la casa, el mundo se había reducido a este instante.
—Sí —respondió Asteria, su voz firme pero carente de agresividad.
Las luces tenues del porche iluminaban apenas el rostro de la mujer, destacando la tensión en sus facciones. Sus ojos, grandes y alerta, pasaron de Asteria a Lysandra, calculando cada movimiento.
El reconocimiento en su expresión era evidente.
No era una extraña.
No era alguien que simplemente había abierto la puerta por casualidad.
Sabía quién era Asteria.
Pero la pregunta no era si la conocía.
La pregunta era cómo la conocía.
Lysandra avanzó un paso