El aire dentro de la casa era más pesado de lo que Evender recordaba.
Eris estaba sentada con una aparente calma, pero Evender sabía leer más allá de los gestos superficiales.
Su postura, aunque relajada, tenía una tensión casi imperceptible en los dedos que rozaban el borde de la mesa.
La conversación entre ellos seguía fluyendo en una calma medida, pero había algo en la atmósfera que ya no se sentía del todo estable.
Hasta que el sonido de un motor quebró el silencio.
Evender giró levemente la cabeza hacia la ventana, no con prisa, sino con la naturalidad de alguien que quería medir la situación antes de reaccionar.
Las luces del vehículo atravesaron la penumbra de la calle, el reflejo parpadeando contra el vidrio de la ventana en destellos intermitentes.
El auto se detuvo frente a la casa.
Evender dejó que la pausa se extendiera un segundo más antes de soltar un comentario con una despreocupación calculada.
—Ah, ya llegó tu esposo.
No lo dijo con inter