Cuando el oficial se marchó de la mansión, dejando a Hermes solo con sus pensamientos, el ambiente en el despacho se volvió más denso, más pesado, como si la misma habitación estuviera absorbiendo el peso de los secretos no revelados. Hermes se quedó inmóvil, observando cómo la figura del oficial se desvanecía en la distancia, como si se llevara consigo la última chispa de esperanza que quedaba en su alma.
El reloj en la pared marcaba el paso de los minutos, pero para él el tiempo parecía haberse detenido. La quietud en la habitación lo oprimía, y en su pecho, el dolor de la traición y el vacío que sentía hacia Darina lo consumían más que nunca. Pensaba en ella, en todo lo que había sucedido, y no podía dejar de preguntarse si alguna vez la verdad saldría a la luz.
Fue entonces cuando el sonido suave de unos pasos interrumpió sus pensamientos. Alondra apareció en la puerta, con la mirada baja, como si temiera que su presencia fuera a romper algo sagrado. Su sonrisa intentaba ser cálida