Rossyn bajó la mirada.
Cada palabra de Alfredo le dolía como una espina clavada en el pecho. Sentía que cada reproche era justo, merecido. Pero no por eso dolía menos.
Entonces, de pronto, algo se encendió dentro de ella. Una idea, una esperanza, un rayo de luz en medio del abismo.
«Puedo reconquistarlo», pensó con el corazón agitado.
«Él es el mejor hombre del mundo. Si me convierto en una buena esposa… si me entrego por completo a su amor, si le demuestro cada día cuánto lo valoro… puedo hacerlo feliz. Podemos ser felices».
Respiró hondo, y con una determinación que no esperaba encontrar en sí misma, levantó la vista.
—Está bien… acepto —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba por dentro.
Alfredo la miró, sorprendido. No había esperado esa respuesta tan rápida, tan decidida.
—¿Rossyn… estás segura?
Ella asintió, mirándolo directo a los ojos, con una mezcla de vulnerabilidad y valentía.
—Sí. Lo estoy.
Él guardó silencio por un instante, como si procesar esa respuesta le costara más