Eliana Álvarez y José Manuel Altamirano fueron una pareja marcada por la traición y el engaño. En su juventud, compartieron un amor intenso y un proyecto universitario prometedor, pero todo se derrumbó cuando José Manuel, manipulado por Samantha, la mejor amiga de Eliana, creyó que ella le había sido infiel. Cegado por el rencor, la apartó de su vida y borró su nombre del proyecto que juntos habían construido. Lo que José Manuel nunca supo fue que Eliana estaba embarazada. Desesperada, intentó contactarlo, pero él la ignoró. Días antes de dar a luz, sufrió un accidente y, al despertar, le informaron que su bebé no había sobrevivido. Lo que jamás imaginó fue que Samantha había estado detrás de todo: para asegurarse de que Eliana desapareciera, la engañó y abandonó al recién nacido en un callejón. Aquel bebé, sin que nadie lo supiera, fue encontrado por el propio José Manuel, quien, sin conocer su verdadera identidad, lo adoptó y lo crió como su hijo, llamándolo Samuel. Años después, José Manuel está comprometido con Samantha y ha dado a Samuel una vida llena de comodidades, sin notar el temor silencioso que el niño siente hacia su madre adoptiva. El destino vuelve a unir a Eliana y José Manuel de la forma más inesperada cuando ella, sin saberlo, salva a Samuel de un accidente. Desde ese momento, el niño se aferra a ella con una ternura inexplicable, despertando en Eliana una conexión que no puede comprender. Eliana, apesar de intentar alejarse, el niño la busca con insistencia, como si su corazón reconociera lo que la vida les arrebató. A medida que los secretos del pasado emergen, Eliana se enfrentará a la verdad más desgarradora de todas: su hijo nunca murió. Solo que el destino lo puso en las manos equivocadas… hasta ahora.
Leer másLa lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de cristal del lujoso rascacielos donde se encontraba Eliana Álvarez, la mujer más influyente en el mundo de la tecnología y la innovación. Dueña de un imperio que ella misma construyó desde las cenizas, una mujer que aprendió que la única forma de sobrevivir era con una sonrisa afilada y un corazón blindado.
Estaba en su oficina, observando la ciudad desde lo alto, con una expresión serena pero calculadora. Su teléfono vibró y su asistente entró sin anunciarse.
—Señorita Álvarez, la junta con los inversores de Singapur comienza en cinco minutos.
—Diles que esperen —respondió sin apartar la vista de la lluvia.
Eliana sabía que podía hacerlos esperar. Era la reina de su propio tablero de ajedrez, y nadie movía una pieza sin su permiso.
A lo largo de los años, había perfeccionado el arte de la indiferencia. Después de todo, la vida le enseñó que el amor y la confianza solo servían para ser destruidos.
Pero lo que no sabía era que, en cuestión de minutos, su mundo cambiaría de una manera que ni su mente analítica ni su corazón de acero podrían anticipar.
Después de la junta, Eliana salió del edificio con paso firme. Aunque la tormenta había cesado, la acera aún estaba mojada y traicionera.
Se dirigía hacia su automóvil cuando notó un movimiento fugaz en su visión periférica. Un niño pequeño corría entre la multitud con una energía desbordante, esquivando personas y charcos como si estuviera en una aventura épica.
Apenas tuvo tiempo de notar su cabello oscuro y alborotado antes de que el pequeño corriera imprudentemente hacia la calle. Un automóvil se acercaba a toda velocidad.
Sin pensar, Eliana reaccionó. Se lanzó hacia el niño, sujetándolo con fuerza y rodando con él sobre la acera segundos antes de que el auto pasara rugiendo a centímetros de ellos.
Eliana jadeó, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Miró al pequeño entre sus brazos. Tenía los ojos más expresivos que había visto jamás, grandes y oscuros, llenos de sorpresa y una pizca de picardía.
—¡Guau! —exclamó el niño, completamente emocionado—. ¡Eso fue increíble! ¡Casi como una película de acción!
Eliana parpadeó, sin saber si reír o regañarlo.
—¿Estás bien? ¿Qué rayos hacías corriendo así?
El niño ladeó la cabeza y le sonrió con inocencia.
—Persiguiendo a un gato. ¡Era mi misión del día!
Eliana frunció el ceño.
—¿Una misión?
—¡Sí! Pero… wow, usted es rápida. ¿Acaso es una ninja?
Eliana arqueó una ceja.
—¿Una ninja?
—¡Sí! Solo los ninjas tienen reflejos así.
Eliana dejó escapar una risa ligera. Había algo en la energía de aquel niño que era imposible de ignorar.
—Bueno, entonces supongo que me descubriste —dijo con tono divertido.
El niño asintió, convencido.
—Ahora eres mi ninja favorita.
Antes de que pudiera responder, una voz grave y autoritaria irrumpió en la escena.
—¡Samuel!
Eliana levantó la mirada y sintió que el aire se le atascaba en los pulmones.
Frente a ella, con la misma expresión de fastidio y superioridad de siempre, estaba Samantha Delacroix.
Eliana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Después de tantos años, después de todo lo que le había hecho… allí estaba. Impecable, altiva, como si nada en su vida pudiera afectarla. Como si no hubiera destrozado la suya.
Samuel, en lugar de correr hacia ella, se aferró con más fuerza a Eliana.
—No quiero ir contigo —murmuró el niño, escondiendo su carita contra su abrigo.
Eliana sintió su pequeño cuerpo temblar. Había miedo en su voz.
Frunció el ceño y miró a Samantha con dureza.
—No deberías hablarle así.
Samantha soltó una carcajada seca y burlona.
—¿Y tú quién eres para decirme cómo educar a este mocoso?
Eliana no respondió de inmediato. Había algo que no cuadraba. La manera en que Samuel retrocedía cada vez que Samantha daba un paso hacia él, su mirada asustada, la forma en que la evitaba.
Pero antes de que pudiera preguntar algo, Samantha metió la mano en su bolso, sacó un fajo de billetes y los dejó caer al suelo frente a ella.
—Por salvarlo.
Eliana sintió un ardor en el pecho. ¿De verdad creía que podía tratarla como a una cualquiera? Como si no la conociera, como si no supiera quién era.
Samuel se aferró más a su chaqueta y murmuró en voz baja:
—No quiero irme con ella…
Eliana bajó la mirada hacia el niño y sintió algo inexplicable. Un impulso que no podía ignorar.
Tenía que protegerlo.
Eliana no se movió. No recogió los billetes. Ni siquiera desvió la mirada hacia ellos. Solo se quedó ahí, de pie, sintiendo la furia arderle en la sangre.
Samuel seguía aferrado a ella con desesperación, como si soltarla significara su perdición.
—Recógelos —ordenó Samantha con una sonrisa arrogante—. No te hagas la digna, Eliana.
Esa voz.
Ese tono altanero, como si estuviera por encima de todo. Como si pudiera comprarlo todo, incluso la gratitud de alguien a quien había traicionado sin piedad.
Eliana levantó la mirada con frialdad.
—Llévate tu dinero, Samantha. Yo no necesito nada de ti.
Los ojos de Samantha brillaron con burla.
—Oh, claro. La gran Eliana Álvarez. Empresaria exitosa, mujer de negocios. Apuesto a que te crees muy poderosa ahora. Pero al final del día… —su mirada se deslizó con desdén por su ropa, sus manos, hasta Samuel— sigues siendo la misma tonta de siempre.
Eliana apretó la mandíbula, conteniendo el impulso de golpearla. No le daría el placer de verla alterada.
—Y tú sigues siendo la misma víbora de siempre —respondió con una calma helada.
El rostro de Samantha se endureció por una fracción de segundo, pero se recompuso rápido. Nunca le gustó que le recordaran quién era realmente.
Suspiró con fastidio y luego miró a Samuel.
—Ven acá, deja de hacer el ridículo.
Samuel se aferró con más fuerza a Eliana y hundió el rostro en su abrigo.
—No quiero.
Eliana sintió una punzada en el pecho. Ese miedo… no era normal.
—Samuel —la voz de Samantha se endureció, sin rastro de paciencia—. ¡Te dije que vengas ahora!
Eliana sintió cómo el niño temblaba.
Algo dentro de ella explotó.
—No lo obligues.
Eliana se inclinó un poco hacia Samuel y habló en voz baja, con dulzura.
—Tranquilo, no tienes que ir con ella si no quieres.
Samuel levantó la cabeza y la miró con esos grandes ojos llenos de incertidumbre. Como si esperara que, en cualquier momento, ella también lo traicionara.
—¿Lo prometes? —su vocecita tembló.
Eliana sintió un nudo en la garganta, iba a responder pero Samantha soltó un bufido de exasperación y, sin previo aviso, le arrancó al niño de los brazos con un tirón brusco.
—¡No! —Samuel gritó y pataleó, tratando de soltarse—. ¡No quiero ir contigo!
Pero Samantha lo sujetó con fuerza, apretándole el brazo sin preocuparse por sus súplicas.
—¡Samuel, cállate ya! —le espetó, zarandeándolo un poco—. ¡Deja de hacer un espectáculo!
Eliana sintió un frío helado recorrerle la columna. Era violencia. No solo impaciencia, no solo mal humor. Era rabia contenida.
El pequeño sollozaba, intentando soltarse.
—¡No quiero! ¡Me duele!
Eliana no lo pensó. Dio un paso adelante y sujetó el brazo de Samantha con fuerza.
—Suéltalo.
Samantha la mirócon incredulidad.
—¿Perdón?
—Dije que lo sueltes.
Eliana sintió que su control colgaba de un hilo. Si Samantha no lo soltaba, iba a arrancárselo a la fuerza.
La tarde había empezado a cubrirse de nubes suaves, de esas que no anuncian tormenta pero sí invitan al recogimiento. Gabriel iba de la mano de su madre, saltando de baldosa en baldosa como si fueran islas que lo protegían de un océano invisible.Eliana caminaba a su lado, con las bolsas del mercado colgando de su brazo, y una sonrisa aún dibujada en los labios. Pero por dentro, sus pensamientos eran un río enmarañado. Aún podía sentir el eco de la mirada de María José en la heladería, esa mezcla de sorpresa, nostalgia y… ¿tristeza?—Gracias por acompañarme hoy —dijo Eliana, al detenerse frente a su casa—. Realmente me hacía falta salir, y más con buena compañía.María José le devolvió una sonrisa serena, aunque también algo contenida.—A mí también me hizo bien. A veces uno no sabe lo que necesita hasta que lo vive —respondió, mientras ayudaba a Gabriel a acomodarse su chaqueta.—¿Volverán mañana? —preguntó Eliana, esperanzada.Gabriel asintió con entusiasmo.—¡Sí! Pero sólo si me de
La tarde avanzaba despacio, como si el tiempo quisiera regalarles un respiro, una tregua entre tanta incertidumbre. Eliana, María José y Gabriel caminaban juntos por la acera iluminada por un sol suave, casi tímido. A lo lejos, la heladería de esquina parecía esperarlos como una promesa simple y acogedora, con su toldo azul y blanco y la campanita oxidada que tintineaba cada vez que alguien entraba.—Tengo antojo de algo dulce —dijo Eliana con una sonrisa relajada.—¿Más dulce que tú? —bromeó María José, ganándose una risa escandalosa de Gabriel.—¡Tía Eliana es un bombón! —gritó el niño entre risas.Eliana le guiñó un ojo.—¡Y tú eres un terremoto de chocolate!La heladería estaba casi vacía, salvo por una pareja de ancianos compartiendo un cono y una madre con su hija pequeña. Gabriel corrió hacia el mostrador como si tuviera una misión importante.—¡Chocolate! ¡Gomitas! ¡Y lluvia de estrellas!—¿Y tú qué vas a pedir? —preguntó María José a Eliana mientras ella observaba los sabores
La tarde caía lenta y suave por las ventanas del comedor. El almuerzo había sido tranquilo, lleno de pequeñas risas compartidas y conversaciones sin apuro. Gabriel dormía en el sofá, envuelto en una cobijita, con un mechón de cabello rebelde sobre la frente y los brazos abiertos como si aún soñara con dragones o aventuras en el parque.Eliana terminó de recoger los platos con movimientos lentos, casi ceremoniosos. A pesar de la aparente paz, su mente se agitaba como un río subterráneo. Estaba agradecida de tener a María José allí, pero también inquieta. Había algo en esa mujer, en sus gestos, en su voz templada, que removía capas que Eliana había enterrado hacía años.María José, mientras secaba unos cubiertos, la observó en silencio.—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.Eliana la miró por unos segundos, como si debatiera consigo misma si abrir una grieta más en su mundo.—Sí… bueno, más o menos. Quiero salir un rato, despejarme. Desde que salí del hospital no he salido más allá de l
María José se acercó lentamente y puso una mano sobre su hombro. Eliana cerró los ojos. Era una caricia cálida, inesperada… como si por fin alguien entendiera lo que había guardado durante tanto tiempo.—Perdóname si remover este tema te hace mal —dijo María José con suavidad—. Pero gracias por confiar en mí para contarlo. No sé por qué, Eliana… pero cada vez me siento más cerca de ti. Como si te conociera desde siempre.Eliana asintió lentamente, con un nudo en la garganta.—Tal vez… tal vez nuestras almas sí se conocían —murmuró sin saber bien por qué lo decía—. Tal vez por eso me es tan fácil hablar contigo.Se abrazaron sin planearlo. Fue un abrazo largo, sin palabras. Uno de esos que no necesitan explicaciones. Y en medio de esa cocina tibia, con la comida ya lista y el aroma llenando el aire, algo invisible se fortalecía entre ellas: un lazo que iba más allá del presente, más allá de la sangre, más allá del tiempo.—Ahora cuéntame de tu infancia— menciono Eliana.María José se q
El sol de la mañana filtraba una luz tibia por las ventanas del apartamento, cuando María José le ajustó el gorrito a Gabriel y tomó su mano con suavidad.—¿Vamos a visitar a la tía Eliana? —preguntó el niño con ojos brillantes.—Sí, amor. Creo que le gustará vernos.—¿Va a estar Samuel? —inquirió con inocencia.María José tragó saliva. No quería adelantarle la tristeza, ni tampoco mentirle.—No lo sé, Gabo. Pero seguro que ella tiene cosas lindas para jugar.El niño asintió, satisfecho con esa promesa abierta, y juntos cruzaron la calle hasta la casa de Eliana. María José sentía el corazón extraño. Un nudo de emociones se le enredaba en el estómago, como si su alma supiera que no era una simple visita. Había algo más.Tocó la puerta. Un par de segundos después, Eliana abrió con una expresión sorprendida y genuinamente feliz. Sus ojos se iluminaron, como si una ráfaga de luz los atravesara por dentro.—¡Gabriel! ¡María José! —exclamó, agachándose para abrazar al pequeño con fuerza—. N
La noche lo envolvía todo. Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, como si el mundo respirara a través de ellas. Dentro del apartamento, reinaba una calma tibia. Gabriel dormía profundamente en su habitación, abrazado a su peluche favorito, mientras Isaac leía un libro en la sala, con la televisión apagada y una lámpara tenue encendida. El silencio era reconfortante, pero en la habitación de María José, algo se gestaba entre los pliegues del sueño.Con los párpados suavemente cerrados y el pecho subiendo y bajando con tranquilidad, su cuerpo parecía en paz. Pero dentro de su mente, un recuerdo antiguo disfrazado de sueño comenzaba a tomar forma.Corría.Sentía el viento fresco golpear su rostro, revolver su cabello. El suelo bajo sus pies era suave, cubierto de hierba húmeda, y todo a su alrededor era un mar amarillo que danzaba al ritmo del viento: girasoles. Altos, firmes, llenos de vida. El sol se colaba entre sus hojas, creando destellos dorados en su piel.Corría sin miedo.
Último capítulo