Rossyn y Elliot habían viajado por más de una hora hasta llegar a un pequeño pueblo alejado de la ciudad.
El camino era polvoriento y desolado, las casas viejas y las calles estrechas reflejaban una comunidad olvidada por el tiempo.
Cuando el coche finalmente frenó frente a una casa antigua y desmoronada, Rossyn no pudo evitar sentir una extraña sensación en su pecho.
Elliot bajó del vehículo, caminó hacia la puerta de la casa y la abrió sin decir una palabra.
Luego, volvió a mirarla con una sonrisa que intentaba ocultar una ligera ansiedad.
—Mi amor —dijo con voz suave—, lo siento, es todo lo que pude conseguir. Pero te prometo que pronto tendré algo mejor para ti. Algo más grande, más cómodo.
Rossyn observó la casa con una mezcla de sorpresa y desilusión. Las paredes eran de un color grisáceo, la madera de las ventanas parecía a punto de caer, y el aire estaba impregnado de humedad. Sin embargo, en lugar de mostrar su desagrado, le sonrió a Elliot, intentando transmitirle calma.
—No