Los siguientes meses fueron un verdadero infierno para Darina.
Criar a tres bebés sola no era solo difícil: era una batalla constante con el cansancio, el miedo y la desesperación.
Las mañanas llegaban antes de que el sol pudiera tocar el horizonte, y las noches se alargaban hasta que el agotamiento la empujaba a un sueño sin descanso.
La casa de madera en la que vivían estaba siempre fría, sus paredes delgadas no impedían que el viento del invierno cortara su piel, y el pequeño espacio en el que vivían no era suficiente para contener la montaña de necesidades que sus hijos requerían.
A menudo, mientras caminaba por el mercado con los tres pequeños cercanos a su cuerpo, Darina sentía que su corazón se desgarraba en mil pedazos.
La gente la miraba con curiosidad, como si fuera un fenómeno, una joven mujer con tres bebés idénticos a cuestas.
Sus ropas estaban sucias, su rostro cubierto de ojeras profundas, pero lo que más destacaba era su dignidad: no dejaba que la compasión ajena se con