Elliot llegó a la casa con el pulso acelerado, el ceño fruncido y el alma revuelta.
Había tenido un mal presentimiento.
Abrió la puerta con fuerza, como si esperara encontrar a Rossyn ahí, esperándolo, obediente como siempre.
Pero lo que encontró fue algo mucho peor: vacío.
Silencio.
Oscuridad.
La casa estaba en calma, demasiado tranquila.
Las luces apagadas. El aire frío. Como si nadie hubiera respirado ahí en horas. Como si la vida se hubiese evaporado.
—¿Rossyn? —llamó, con voz seca.
Esperó una respuesta. Un suspiro, un movimiento. Pero solo el eco de su propia voz respondió desde las paredes.
Sintió un estremecimiento. Entró más deprisa.
Revisó la sala. Nada. La cocina. Vacía. La simple habitación sola, los nervios carcomiéndole la garganta.
—¡No! —exclamó, sintiendo el sudor frío recorrerle la espalda.
Corrió al baño. Revisó cada rincón. Volvió a bajar como un trueno, tropezando con una silla, lanzando cosas, abriendo puertas como si con eso pudiera hacerla aparecer.
—¡ROSSYN! —gr