Sienna negó con fuerza, casi de inmediato.
—¡Yo no hice nada! ¡Lo juro por Dios!
Pero su voz, aunque firme, temblaba. Todos en el pasillo se quedaron inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido. Solo sus ojos se movían, fijos en ella, inquisidores, condenándola sin un solo juicio justo.
—¡Cocinaste el desayuno para las niñas! —gritó Tessa con una mezcla de dolor y rabia—. ¡¿Por qué quieres hacerme esto?! ¡¿Si tanto me odias, por qué no vienes directo a mí?! ¿Por qué hacerle daño a una niña? ¡A mi hija! ¡A Nelly!
La voz de Tessa se quebró al final, mientras su madre se interponía con el cuerpo entre su hija Tessa y Sienna.
—¡Sienna! —intervino su madre, Mara, con el rostro desencajado y las lágrimas en los ojos—. ¡Dime la verdad! ¿Fuiste tú?
Los ojos de Sienna se llenaron de lágrimas de impotencia. Se veía destrozada, traicionada por todos, incluso por su propia sangre.
—¡No hice nada! —exclamó con desesperación—. ¿No te cansas de culparme de todo, Tessa? ¿De manipular la historia