Al llegar a Ovyu, Sienna bajó del tren con su hija dormida entre los brazos. La fiebre había bajado un poco gracias al antipirético, pero ella seguía débil, con las mejillas encendidas y los labios secos. Aun así, el cuerpecito de su hija se aferraba al de ella con esa confianza inocente que parte el alma, y era todo lo que Sienna necesitaba.
—Mami… ¿A dónde vamos? —murmuró Melody, sin abrir del todo los ojos.
—A algún lugar donde estaremos bien, amor —respondió Sienna con la voz entrecortada, sin tener idea realmente de a dónde irían.
Tomó un taxi y pidió que la llevaran a un hotel económico, cualquiera que estuviera cerca de la estación.
Solo quería encerrar el mundo afuera por unas horas y poder respirar.
Cuando llegaron, arrastró la maleta con una mano y cargó a Melody con la otra.
Subieron a la habitación, una pequeña con paredes opacas y olor a desinfectante barato. Cerró la puerta con cerrojo y soltó el aire contenido en su pecho.
Acostó a la pequeña con delicadeza, le quitó lo