Sienna caminaba sin rumbo, con el corazón latiendo desbocado y el cuerpo adolorido. La madrugada le calaba los huesos, y cada paso era un eco de su desesperación. Entonces, un auto se detuvo bruscamente a su lado.
—¡Sienna, súbete, déjame ayudarte! —dijo Gustavo, bajando la ventanilla con urgencia.
Ella lo miró con los ojos cargados de lágrimas, de miedo y de furia contenida. Sin decir palabra, abrió la puerta y subió.
—Llévame a la estación de tren —ordenó con voz quebrada.
—¡Sienna, por favor, no te vayas así! Déjame ayudarte…
—O me llevas a la estación o me bajo aquí mismo. Elige.
Gustavo apretó los labios y asintió, sin decir más.
Durante el trayecto, ella abrazaba a su hija con fuerza. Melody sostenía su osito de peluche, sin entender lo que ocurría, pero percibiendo el temblor en los brazos de su madre.
Al llegar a la estación, él bajó con rapidez y la ayudó a salir. La notó temblorosa, con la frente empapada en sudor y tocó su frente.
—Estás ardiendo… tienes fiebre. Iré a la fa