—Me siento tan triste… —dijo Marcus con la voz quebrada, como si apenas pudiera sostenerse.
Orla lo miró en silencio. Había algo en su tono que la inquietaba, pero también despertaba en ella compasión. Dudó unos segundos antes de responder, insegura de si debía involucrarse más.
—Por favor… vamos a vernos, hablemos —insistió él, sus ojos húmedos de súplica.
Orla titubeó. Todo en su interior le decía que no era buena idea, pero su lado humano, su corazón sensible, se negaba a darle la espalda a alguien que sufría tanto. Al final, aceptó.
Quedaron de verse en una pequeña cafetería del centro. El lugar estaba lleno del aroma a pan recién horneado y café caliente, con luces amarillentas que daban una falsa sensación de calidez.
Cuando llegó, Orla pidió un café y se sentó frente a Marcus. El silencio entre ellos fue incómodo al inicio, pero pronto él se quebró.
Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro, desfigurándolo en un gesto de dolor. Orla, sin pensarlo, extendió la mano y la posó