—¡No voy a casarme con ella! —gritó Félix con una furia que resonó por toda la mansión, como un trueno que rompía la calma forzada de aquella familia.
Eugenio lo observó, con el ceño fruncido, los ojos encendidos de rabia contenida.
Ese hombre, que había gobernado con puño de hierro su imperio y a su familia, no aceptaba jamás una negativa.
—¿Qué no? —repitió con voz grave—. ¿Acaso te atreves a desafiarme a mí, Félix? ¿A tu propio padre?
Félix lo encaró, respirando agitado, con los puños.
—No pienso arruinar mi vida por una trampa. ¡Esto fue un montaje! Orla Dalton no es una santa, es la hermana de Alexis, y todos sabemos lo que significa ese nombre. ¡Ella es tan mala y venenosa como él!
Eugenio golpeó la mesa con el puño, haciendo temblar los vasos de cristal.
—¡Cállate! —rugió—. Esa mujer es ahora tu responsabilidad. La deshonraste, y tú repararás ese daño. ¡Así ha sido siempre, así será mientras yo viva!
—¡Jamás! —vociferó Félix.
Entonces, Eugenio se inclinó hacia adelante, como u