En otra parte de la ciudad, las sombras parecían escuchar cada susurro de Tessa y Horacio.
La mujer, consumida por una obsesión ardiente que le devoraba el alma, hablaba con una voz cargada de veneno, como si cada palabra fuera un dardo dirigido al corazón de su rival:
—Tienes que ayudarme, Horacio. Si no me deshago de Sienna, jamás podré tener a Alexis.
Horacio, un hombre de mirada oscura y manos que parecían hechas para la violencia, la tomó bruscamente del cuello, obligándola a mirarlo a los ojos. Había algo entre ellos, una alianza peligrosa, pero también una tensión que podía explotar en cualquier momento.
—Recuerda —le susurró con un tono frío, casi letal— que esto no es solo por ti, ni siquiera por mí. Es por los dos… y por Nelly. Cuando Alexis sea tuyo, cuando por fin caiga en tus manos, él morirá. Y entonces heredaremos todo.
Tessa lo observó, primero con un estremecimiento de temor, pero pronto su rostro se transformó en una sonrisa venenosa. Entrelazó sus dedos con los de é