Al día siguiente, Nelly se levantó con el corazón latiendo con una mezcla de nervios y alivio.
Por fin llegaría un día que había esperado durante mucho tiempo: poner orden en su vida y en la herencia de sus abuelos.
Junto a su tío Alexis, se dirigieron al banco.
Las calles aún olían a humedad matinal y el sol apenas comenzaba a bañar los edificios con luz dorada, como si el mundo mismo quisiera darles la bienvenida.
En el banco, cada trámite se resolvió con rapidez. Documentos, firmas, sellos… y finalmente, Nelly sintió cómo un peso se desprendía de sus hombros.
Ahora era la dueña de toda la fortuna que sus abuelos le habían dejado, un legado que simbolizaba amor, recuerdos y también la resiliencia que ella había construido con esfuerzo.
Mientras caminaba por la sucursal, pensó en sus abuelos con ternura y nostalgia.
Sus labios se curvaron en una sonrisa melancólica:
—No estés triste, tus abuelos te amaban —susurró, Alexis, como si sus palabras pudieran alcanzarlos en algún lugar—. No