Al día siguiente, Melody decidió quedarse con Nelly toda la noche.
No podía dejar sola a su prima, después de todo lo que había pasado.
El hospital estaba silencioso, iluminada solo por la luz tenue de la lámpara en la cama, mientras el mundo exterior seguía su curso ajeno a la tormenta que aún ardía en el corazón de Nelly.
Melody se acercó a la cama donde dormía Eric, su pequeño sobrino, y lo contempló con ojos llenos de ternura.
—¡Es tan hermoso! —exclamó, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Nelly tiene tus ojos… pero no sé… me recuerda a alguien, pero no recuerdo a quién. Dime, ¿y su padre?
Nelly sintió que esa pregunta golpeaba su corazón con la fuerza de un puñetazo.
Un nudo se formó en su garganta, impidiéndole respirar con normalidad.
—No quiero hablar de eso —respondió, con un hilo de voz, evitando la mirada de Melody.
Melody comprendió al instante que su prima necesitaba paciencia.
Había pasado por demasiado, y ella solo quería estar allí para sostenerla, para ayudarla