—¡Tú! —exclamó Nelly con un hilo de voz que apenas pudo salir de su garganta.
El tiempo pareció detenerse, el aire en la mansión se volvió pesado, como si cada molécula supiera que algo estaba a punto de estallar.
Ethan giró apenas el rostro, su mirada de acero se clavó en la de ella. No había un atisbo de sorpresa, ni de reconocimiento, solo una indiferencia glacial que la atravesó como un cuchillo helado.
—¿Se conocen? —preguntó Melody, inocente, sin advertir la tensión invisible que palpitaba en la estancia.
Ethan esbozó una sonrisa fría, tan pulida como una máscara.
—No, nunca he visto a esta mujer —respondió con voz grave, pero distante, como si cada palabra fuera un muro que separaba su mundo del de ella.
El alma de Nelly se quebró en silencio.
Sintió que el aire huía de sus pulmones, que sus rodillas flaqueaban.
El corazón se le desbocó con un eco ensordecedor que solo ella podía escuchar.
“Es él… No, Dios mío, no puede repetirse la historia. El destino no puede ser tan cruel.”