Sienna estaba ya vestida, aun con movimientos lentos por el mareo y la venda que rodeaba parte de su cabeza.
La enfermera entró después, sería, casi fría, y Alexis, aunque quiso quedarse, comprendió que debía darle espacio.
Se retiró con pasos pesados, mirando una última vez cómo la mujer revisaba la herida.
La pequeña rapada en su cabello la hacía sentir vulnerable, como si esa cicatriz marcara no solo su piel, sino también lo frágil de su mente.
Cuando la venda fue renovada, Sienna cerró los ojos unos segundos, tratando de sostenerse en silencio.
No pasó mucho tiempo antes de que Félix llegara.
Al verlo, Sienna sonrió con ternura y estiró los brazos.
—Mi hermanito… —susurró, dejándose envolver en el abrazo.
Félix la sostuvo con fuerza, como si temiera que se desvaneciera entre sus brazos.
—Mi hermanita —repitió con emoción.
Sienna lo miró a los ojos, y su sonrisa se amplió, aunque había tristeza en su mirada.
—Siempre quise un hermano, y ahora lo tengo. Tengo un gran hermano.
Él aca