Sienna soltó un alarido desgarrador, tan fuerte que pareció romper la calma enfermiza del pasillo.
La puerta se abrió de golpe y, de inmediato, Félix y la enfermera corrieron hacia ella, temiendo lo peor.
La escena parecía a punto de volverse caótica, pero en un giro inesperado, Sienna se incorporó.
Su respiración estaba agitada, sus ojos enrojecidos, pero había en ellos una chispa extraña: una mezcla de furia, desafío y algo que rozaba lo sobrenatural.
Por un instante, la debilidad desapareció. Se erguía firme, casi altiva, como si el dolor hubiera cedido ante la fuerza de su odio.
Clavó la mirada en Tessa, esa mujer que había intentado arrebatarle todo lo que amaba, y habló con voz grave, cargada de veneno.
—¿Crees que ganaste algo, Tessa? —su voz era un látigo, cada palabra un golpe directo al alma de su enemiga—. Mírate dónde estás… y mírame a mí. No lograste destruir mi amor. Sigo teniendo a Alexis. Él siempre me amará. Y tú… tú, hasta su último aliento, serás objeto de su despre