El aire acondicionado de la oficina zumba como un enjambre de abejas mientras escribo la solicitud de vacaciones. Casi tanto como mi cabeza.
Mis dedos titubean sobre el teclado antes de imprimirle firmeza a las palabras:
"Solicito una semana de descanso por asuntos personales. A partir de mañana."
Necesito respirar algo que no sea el perfume de Jesús, necesito pensar sin que cada neurona me recuerde su rostro. Irme lejos a donde no me persiga la culpa de desear a un hombre que puede ser mi padre, y a cuya hija le tengo cariño.
Jesús lee el papel con esa mirada que desarma, la que parece ver a través de las mentiras y las excusas.
—¿Algún problema? —pregunta, doblando el documento sin apartar los ojos de mí.
—Cosas de la familia —respondo, que no es exactamente mentira— Mi madre insiste en que visite Puebla.
Hay un destello de algo en sus ojos ¿decepción? ¿alivio?, antes de asentir.
—Esta bien. Pero mantén tu teléfono cerca. Y Camila , si necesitas ayuda con algo cuenta c